Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Experto: ¿gurú con estudios?

Necesitamos un mega experto, alguien que baje del Sinaí del Conocimiento con las cuentas bien hechas.

Echo de menos un mega experto, un experto omnisciente, un solo experto, iluminado por el Espíritu Santo de la Ciencia, que hable ex cátedra del coronavirus. Que se pasee entre nosotros en su silla gestatoria, desvelándonos cómo enfrentarnos al mal. Un gurú, un hechicero, un mago, con estudios. Alguien que baje del Sinaí del Conocimiento con las cuentas bien hechas. Con los mandamientos grabados en piedra. Una sola voz: un mono-sabio. Porque vivimos en un autentico paganismo del conocimiento, infectado de innumerables idolillos que nos explican lo que no saben, ni ellos ni nadie. Proliferan como las setas. Algunos pueden resultar necesarios. Sobre todo para sus familias. Muchos de ellos, como decía mi tita María, son muy conocidos en su casa a la hora de comer, y poco más. Ser experto es rentable: yo he comido tres veces al día, he podido comprar jabón lagarto para lavarme, ropica en los chinos gracias a que soy filólogo. Y ahora disfruto de una pensión muy decente. Soy un experto, jubilado. Durante mucho tiempo, como experto literario, le saqué un partido extraordinario a los Milagros de Berceo, a la Celestina, a Cervantes y a San Juan de la Cruz. No se me escapaba un detalle. Ni el de que San Juan de la Cruz deseó comer espárragos, poco antes de morir. Dato esencial para comprender la poesía del Santo. Lo malo de ser experto es que ya solo disfrutas jugando a descifrar los sentidos ocultos de las palabras. Ni lloras con Espronceda ni te ríes con Gloria Fuertes ni haces el amor, ayudándote con algún poema de Luis García Montero. Mientras que lo indoctos leen un poema de Bécquer y se embarracan, al filólogo solo le interesa saber qué influencias lo trufan, sus ripios, en fin, el mecanismo del reloj más que el tiempo que marca. Lo que más le gusta decir a un experto es que un poema es imprescindible. ¿Pero qué fue antes el huevo o la gallina? De Freud se decía que inventó la neurosis, para poder curarla. Hay quien piensa que los pecados los inventaron los confesores para vivir de perdonarlos y que Dios rompió a hablar solo cuando se constituyo el Cuerpo Oficial de Teólogos. ¿No habrán inventado el Covid-19 la legión de presuntuosos expertos que salen todos los días a evidenciar su ignorancia? Quizá solo con crear una vacuna que cure de la expertización, habremos acabado con el problema.

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