LOS mandamases del fútbol internacional muestran una obstinada oposición a que la tecnología ayude a corregir los fallos de los árbitros. En este Campeonato del Mundo de Sudáfrica, como antes en otros, ha habido fallos garrafales de los que manejan el pito, fallos que han llevado a eliminaciones injustas y a resultados perversos.

Los de la FIFA no se inmutan. A la FIFA no le importa convertir el deporte rey en una filfa, un engaño, una mentira. Como Goethe, prefieren la injusticia al desorden, aunque con ello desordenen un juego maravilloso en el que debe ganar el que mete más goles... legítimos: el balón ha de cruzar la raya de la portería, no vale que el delantero lo impulse con la mano, no se puede derribar al portero para evitar que entre el balón, etcétera.

Como les pasa a todos los aquejados de totalitarismo rancio, los caciques de la federación internacional han tomado una sola medida después de uno de los errores clamorosos perpetrados por el arbitraje en Sudáfrica: prohibir que las pantallas del estadio repitan la jugada conflictiva. De este modo unas decenas de miles de espectadores presentes en el campo no podrán abroncar al árbitro que se equivocó, mientras millones de espectadores pueden hacerlo, tras verla una y otra vez desde el sofá de su casa. Como si la injusticia fuese menor si no se contempla en directo.

Porque se trata de injusticia, malversación y trampa. Dicen que el error es consustancial con el fútbol. Si yerra el futbolista y yerra el entrenador sin que pase nada, ¿por qué hay que corregir el error del trencilla (no sé de dónde viene eso de que a los árbitros se les llama trencillas, pero ahí queda)? Pues, criaturas, porque el error de un jugador o un entrenador perjudica a su propio equipo mientras que el error de un árbitro desnaturaliza el juego, vulnera la imparcialidad a la que como juez está obligado y manipula el resultado.

Seguimos con la rancidez de los dirigentes futboleros. Tendrían que explicar cómo es que han introducido el pinganillo que comunica al árbitro con sus jueces de línea y rechazan, por el contrario, utilizar otros soportes tecnológicos que, sin interrumpir el juego cada dos por tres, garantizarían que se arbitra con equidad y se resuelven al instante las jugadas más conflictivas (penaltis, goles fantasma, fueras de juego). El ojo de halcón en el tenis es un buen ejemplo, como podría serlo un chip que se activase cuando el balón penetra en la portería. Pero con ellos es inútil razonar. Todo evoluciona en el fútbol, su entorno cambia también al compás de los tiempos, la técnica facilita la vida de la gente hasta niveles insospechados, el fútbol mueve multitudes y millones. Mientras, la FIFA es un tinglado caciquil más atento a mantener sus prebendas que a mejorar el deporte más universal.

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