El lanzador de cuchillos

De aquellos Fábregas, estos Guardiolas

En la Cataluña de principio de siglo hay demasiado enajenado. Y aún hay quien se plantea si es oportuno suspender el clásico

Imaginemos que a una empresa de auriculares se le ocurre hacer un vídeo publicitario con el siguiente guión: Sergio Ramos, sentado en la primera fila del autobús del Madrid, que circula despacio por las calles de la Ciudad Condal escoltado por una decena de furgonetas de la policía, camino del Camp Nou. Al otro lado de la ventanilla, en las inhóspitas aceras catalanas, hordas culés con rostros desfigurados por el odio, cánticos injuriosos -"Puta Espanya", "Real Mandril" y todo eso-, bengalas estrelladas contra la luna -la poesía de la independencia- y el capitán del Madrid y de la Roja que se aísla escuchando El imperio contraataca de Los Nikis.

Ya en el vestuario, Ramos procesa mentalmente lo que acaba de ver, mientras se ajusta cuidadosamente las espinilleras -le van a hacer falta- y salta al campo con gesto grave y la determinación de pelear, no por el Madrid, sino por don Pelayo, los Reyes Católicos y Felipe II, en cuyo imperio nunca se ponía el sol. Santiago (Bernabéu) y cierra España. Imaginemos también que Sergio Ramos acepta protagonizar el mencionado vídeo.

Se están ustedes partiendo de la risa, ¿verdad? Claro, es impensable. A estas horas el anuncio estaría ya secuestrado por el juez Pedraz y el de Camas detenido en los calabozos de la Stasi de Quim Torra, obligado a escuchar la discografía completa de Lluís Llach. Los tontos útiles del nacionalismo, con Nacho Escolar y Elisa Beni a la cabeza, y la subvencionadísima prensa catalana, se apresurarían a asegurar que la campaña es una fábrica de independentistas y Brian Currin y el lehendakari Urkullu se ofrecerían, por un módico precio, a mediar en el conflicto. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, que es una ciudad muy facha, la Generalitat denunciaría a España ante los Tribunales Internacionales y la ANC organizaría, como acto de desagravio, una cadena humana para unir la casa en la que creció Xavi con el convento de Lucía Caram.

Una locura: a nadie en su sano juicio se le pasaría por la cabeza. Pero en la Cataluña de este principio de siglo hay demasiada gente enajenada y servidor pudo ver ese anuncio imposible en la previa de un Madrid-Barca de hace algunas temporadas. En él, Cesc Fábregas, el hijo pródigo del barcelonismo, oponía el seny catalán a la rauxa de españoles sudorosos y malencarados y saltaba al campo dispuesto a demostrar que los catalanes son mejores, no sólo jugando al fútbol. De aquellos Fábregas vienen estos Guardiolas, con sus vídeos incendiarios. Y todavía hay quien se plantea si es oportuno suspender el clásico.

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