Mirada alrededor

juan José Ruiz Molinero

Farsa interminable

CUANDO escribo estas líneas desconozco si tenemos o no nuevo gobierno -¡progresista y de cambio!-, aunque todo parece indicar que don Pedro Sánchez y su nuevo escudero, Albert Rivera, no van a superar el tamiz de los múltiples intereses que llevan a pelarse como gallos a sus señorías que anteponen los intereses personales o de grupo a los de la ínsula Barataria y sus habitantes, pese a sus proclamas patrióticas, que en algunos de los comediantes les puede coger en medio de los interminables capítulos de corrupción, y a los nuevos dando estocadas a diestro y siniestro, en nombre del pueblo del que se consideran únicos representantes. A un comentarista que lleva décadas ejerciendo la profesión de examinar el desarrollo de la vida política española, en especial desde la esperanzadora transición, en la que todos luchamos por salir del pozo abominable de la dictadura, siente que, en los últimos tiempos, el discurso político ha ido descendiendo de nivel, hasta convertirse en una farsa engañosa, en algunos momentos zafia y, desde luego, poco fiable. Cuando me refiero al concepto farsa ruego al lector que examine el diccionario de la Real Academia de la Lengua y elija una de las cinco acepciones que crea más adecuada a la situación, aunque las cinco podían encajarlas de una vez en pieza tan monótona. Lo mismo valdría la figurativa de "enredo, trama o tramoya para aparentar o engañar" que la despectiva "obra dramática desarreglada, chabacana y grotesca".

Todos los figurantes dicen ser fieles al mandato popular y la palabra diálogo se repite hasta la saciedad. Pero cuando vemos que el diálogo se limita a una serie de insultos en la sede parlamentaria en la que se reúnen los 'baratarios' -evitaremos la palabra españoles para que no se sientan ofendidos muchos catalanes, vascos, gallegos, valencianos y cuantos se amparan en sus banderas locales, cual si de un equipo de fútbol fuese- para formar un gobierno que sea capaz de poner orden y justicia en la ínsula, lo que reluce son los garrotazos, los golpes bajos y la fraseología insulsa o chabacana, y no la representación -¿o tal vez sí?- de un pueblo que se llamó culto, pero que parece limitarse a las estatuas de ilustres del pasado en cuyos pedestales se mean los perros de la vecindad.

Diálogo, entendimiento, lucha por mejorar la vida de los habitantes de la ínsula. Palabras, palabras, palabras. Como decía Larra, detrás de todo hombre no veremos más que palabras, engañosas o al revés, pero sólo eso: palabras. La palabra puede ser hermosa, como puede serlo la obra teatral. Pero lo que estamos viendo es tan burdo y zafio que tememos sufrir la farsa otros dos meses, para volver a un nuevo simulacro democrático y empezar de nuevo, sin propósito de enmienda.

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