Pronto se cumplirán dos años, del inicio de esta pandemia de la Covid-19. El virus marcó de forma súbita y radical nuestras vidas, sembró nuestro entorno de soledad y muerte y, ante todo, cambió radicalmente la forma de relacionarnos. A día de hoy, esta situación la vivimos con resignación y casi hemos conseguido que estos cambios formen parte de la vida cotidiana. Atrás quedaron las noches de insomnio y las largas jornadas de trabajo en las que había que comunicar a los familiares el fallecimiento 'en soledad' de demasiados de nuestros pacientes. Hoy seguimos teniendo muertos, aunque ya no aparecen en titulares. Ahora a la mayoría de médicos/as nos asalta un sentimiento de impotencia. Después de redoblar esfuerzos en los cinco picos de contagios anteriores, volvemos a encontrarnos en una situación similar en esta 'sexta ola', en la que no se han tomado medidas restrictivas desde los gobiernos y se nos ha encomendado a la vacunación y al pasaporte Covid, intentando trivializar una enfermedad tan grave como esta, que sigue matando y dejando graves secuelas.

Por la mañana, antes de iniciar la jornada se dibujan los semblantes exhaustos de mis compañeros/as que denotan un cansancio no tanto físico, como anímico. Es difícil hacer planes en un equipo médico a medio o largo plazo, sabiendo que con toda probabilidad habrá que cambiarlos semana a semana, porque se necesiten emplear más recursos humanos para atender a pacientes Covid. Muchos proyectos dirigidos a mejorar la salud de la ciudadanía quedan aparcados por esta situación. 'Motu proprio' y por responsabilidad la mayoría de nosotros/as, haciendo vida casi monacal, hemos pasado las Navidades con la familia más próxima conviviente. De ahí la indignación que nos asalta cuando los medios de comunicación abren su sección de noticias con titulares como Contagio masivo de profesionales sanitarios tras comida de estos multitudinaria. Se nos exige ser ejemplares y aunque no todos hemos actuado igual, consideremos que además de trabajadores de la salud, somos padres hijos, hermanos y amigos, necesitados de cariño y relaciones humanas.

Todos y todas albergamos la esperanza de que esta sea la 'última ola', de que esta enfermedad pase a ser endémica, de recuperar nuestra forma de vida anterior a la pandemia. Pero sabemos que la incertidumbre planea peligrosamente sobre este deseo. Seguiremos trabajando con la misma intensidad, dándolo todo a pesar de las circunstancias y sacando fuerzas a pesar de los frecuentes 'bajones anímicos'. Por este motivo, demandamos a la sociedad reconocimiento y respeto.

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