La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Felipe y Pedro

En el ideario de Sánchez hay una soflama constante del hiperactivo narciso que lo acompaña

El PSOE que lideró Felipe González no lo reconoce hoy ni la madre que lo parió. De aquellos años de adolescente democracia ganamos líderes políticos de alto standing: González, Guerra, Rubalcaba, Boyer, Almunia.... Era un progresismo aquel acomodado a la delicada ruptura, socialdemócrata e inequívocamente europeísta. Hoy, más que buenos líderes para un proyecto ideológico pragmático y viable en el contexto actual, se impulsan activistas del tertulianismo partidario a la defensiva, repleto de apologetas del sanchismo que no del socialismo. Están adscritos al trágala de Pedro y sus pactos miserables. Compiten en podemismo con el original.

Los españoles agradecieron aquella manera dirigente del PSOE otorgándole varias mayorías absolutas, germen de una transformación muy palpable para nuestro país. Nadie en el PSOE puede hoy ni soñar siquiera con igualar los 202 escaños logrados con Felipe González en 1982, capaz de lograr cuatro victorias electorales consecutivas.

A pesar del plomo de ETA, las prolongadas crisis de la reconversión naval y siderúrgica, incluso el menudeo tardofranquista cotidiano de aquella época, plena de esfuerzos y esperanza, el PSOE del tándem González-Guerra manejó los tiempos electorales con habilidad. Entrar como socio de pleno derecho en la UE fue un impulso obvio y decisivo en aquel camino elegido para modernizar España. La corrupción postrera amargó el fin del trayecto aquel, pero no pudo amagar lo mucho y bueno que hubo hasta entonces. Grandes líderes, intelectuales de pedigrí político, académico y laboral, ejerciendo de representantes públicos, proponiendo y avanzando con paso español y cierto hacia una Europa que miraba sorprendida los logros de nuestro país, desde el escenario olímpico de Barcelona, o desde la inolvidable Expo de Sevilla. Cualquier comparación de aquel PSOE felipista con este sanchismo venenoso es puro esperpento.

Sánchez es en este PSOE una pieza degradante, más que agradable. Confirma a diario su voluntad de romper aquellas costuras para atar recios nudos que acentúen la división. En su ideario hay una soflama constante del hiperactivo narciso que lo acompaña. Una estructura mental y gobernante dedicada 100% a la retórica populista, a construir recados contra la oposición para asentar el relato que le procure ausentar sus culpas. Un discurso basado en lo uno y lo contrario, que acepta la mentira como un gaje ineludible del oficio. Normal que ni Felipe reconozca hoy a su partido.

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