Fermasa

No hay esfuerzo mayor que les valga la pena. En tres minutos, fui lo más importante…

Ayer amaneció sin nubes. La vida seguía protegiéndose, pero tocaba caminar hacia una esperanza. Después de un año, por momentos no hubo espacio para UCIs, ni para residencias de ancianos a quienes una enfermedad envió a la guerra en franca desventaja, ni para féretros amontonados en el Palacio de Hielo de Madrid, ni para llantos, ni para la soledad que debieron sentir abandonados en un ala de cualquier hospital... Ayer no había ciudades a oscuras, ni vacías, ni castigadas al duro silencio que las intentó habitar. Ayer no había ciencia, ni enfermedad, no habitamos juntos la tristeza y melancolía por aquello que perdimos.

Tampoco concedí espacio al reencuentro con el pasado, a volver atrás, a las imágenes de este último sábado de pena en tiempos que aventuraba de gloria. Como siempre pasa, sentí que a pesar de vacíos discursos políticos, de irresponsabilidades, de negligencias, de necedades… sentí a pesar de todo que la vida siempre sale al encuentro, que detrás de cada nube hay un sol, que detrás de una persona siempre queda la sonrisa… que alguien se preocupa de ti.

Ayer cuando entré, me saludó la vida. "Buenos días, ¿su DNI?". Rebusqué una y mil veces en la cartera. Un momento de agobio y al final apareció. Ley de Murphy: lo que busques siempre estará al final de todo. La vida esa mañana decidió vestirse con chaleco rojo y mono celeste. Cinco minutos de tensa espera y al final, el ordenador que todo lo chivata, dio el ok, el visto bueno. La vida sonreía. "No se preocupe, será un pinchazo de nada…". Mil y una explicaciones que tardaré en olvidar. Era la vida, sí, pero en su cara más amable y vestida de rojo. La vida, que se paraba a hacerte sentir que tu vida, la del coche de atrás, la del otro, la del otro… que nuestras vidas merecen la pena y que en aquel pabellón se encargan de ofrecerla…

"¿Ve? Ya se la he puesto. Ahora Vd., con esos antecedentes, me va a esperar fuera media hora. Cualquier mínima reacción, picor, escozor que pueda tener, regresa y en seguida le atendemos…". Paré el coche en la explanada de fuera. El día seguía sin nubes, la atmósfera limpia, un sol cercano. Y la vida seguía saliendo al encuentro. Y aunque no sea realidad aún, te sientes protegido. Y descubres que nunca se fue, que permanecía allí, agazapada, esperando un día que, como hoy, te hiciera recobrar el sentido de lo que en verdad importa una vida cuando hay sol y esperanza.

Prometí un gesto, un comentario. Salimos muchos días a las ocho a aplaudir. Hoy, al ver el esfuerzo porque todo salga bien, porque la organización sea modélica, por atendernos con cariño y humanidad, por hacernos sentir que merece la pena defender este mundo; por todo ello, me vi en deuda de agradecimiento a esa serenidad, a esa pausa y tranquilidad con que, uno a uno, nos atienden, sin que un ápice de cansancio ni de rutina aparezca en sus gestos. No hay esfuerzo mayor que les valga la pena. En tres minutos, fui lo más importante…

A la vida hoy la llaman Fermasa. A la no vida la llamaron Ganivet. Estoy convencido que a D. Ángel nunca le hubiera gustado… ni a la buena gente de tantas Fermasas como hay repartidas, tampoco…

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