CON harta frecuencia se ha calificado al Festival como elitista. El término se ha utilizado respecto a aquellos espectáculos que se celebran en el recinto de la Alhambra y de forma peyorativa para describir una actitud de arrogancia o rechazo hacia la opinión pública en general.

Si la acusación de elitismo, la analizamos desde el punto de vista económico, hemos de concluir que es malintencionada, falsa, demagógica y populista, pues desde tiempo inmemorial, los precios de las localidades del Festival están al mismo nivel de cualquier otra actividad recreativa. Y si los comparamos con espectáculos de similar entidad de otras ciudades españolas, comprobaremos sin exagerar que casi constituyen un regalo en función de las diferentes aportaciones de instituciones y entidades privadas que la institución recibe.

Si el análisis lo hacemos desde el punto de vista social, en lo que se refiere a la indumentaria, es fácil percatarse que la misma siempre ha estado en consonancia con la época y que con el paso del tiempo ha ido evolucionando al mismo ritmo que lo ha hecho la sociedad.

En el único sentido en el que el Festival ha sido siempre elitista, ha sido en el artístico y cultural. Yo espero y deseo que siempre siga siéndolo, no porque sea partidario de la exclusión que el elitismo lleva implícita, sino porque el arte, en su búsqueda de nuevos cauces, en su exploración permanente y constante de nuevos horizontes, en sus conquistas de formas hasta ahora desconocidas, automáticamente está excluyendo a aquellos que lo contemplan desde una posición estática y de implícito rechazo a lo desconocido.

En el siglo XVIII, el filósofo Emanuel Kant, describió al genio como un ser con habilidad excepcional y cualidades divinas, con las cuales la naturaleza dota a ciertos individuos artísticos. El elitismo de Nietzsche destacaba cómo se horrorizaba porque la mediocridad estaba invadiendo al mundo. Nietzsche fue tan lejos que denominó el anti-elitismo como una expresión de la decadencia cultural. Ortega y Gasset fue durante el siglo XX uno de los partidarios más fuertes del elitismo cultural y proclamó que en todas las sociedades hay dos tipos de individuos: la élite que constituye la minoría y los no-calificados, "el ciudadano corriente" que constituye la masa.

La alternativa sería en este caso la cultura populista con todos sus elementos de clichés superficiales que fomenta el infantilismo de los receptores, un placer mental inmediato y todas las degeneraciones de la producción masiva de la industria de la recreación; la televisión incluida. Esta fórmula fomentaría aún más el elitismo que dice defender, porque al ser productos de gran consumo, enriquecería a los grupos de presión que los generan.

La solución está en hacer que las nuevas generaciones tengan acceso en las aulas y a esa cultura que falsamente llamamos elitista.

Los hombres se distinguen menos por sus cualidades naturales que por la cultura que ellos mismos se proporcionan. Los únicos que no cambian son los sabios de primer orden y los completamente idiotas. Confucio

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