LOS indignados que durante más de veinte días han acampado en la Plaza del Carmen han decidido levantar las tiendas. La situación era insostenible desde hace muchos días. Lo que en un principio pareció una medida de protesta para manifestar en la vía pública su descontento con las injusticias sociales y los desalentadores mecanismos de participación democrática se había convertido no en un medio para llamar la atención sino en un fin de discutible utilidad. Muchos ciudadanos que mostraron su solidaridad con el movimiento del 15-M no comprendían el sentido de mantener una acampada que sólo suscitaba roces con la autoridad, los vecinos y los comerciantes y, en cambio, no reportaba ningún beneficio. El propio campamento sufrió un deterioro evidente que desfiguraba el espíritu inicial de la protesta. El levantamiento de los tenderetes no debe significar el fin del movimiento. Los problemas subsisten y los indignados deben buscar nuevas vías para que su mensaje tenga repercusión práctica.

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