Es impresionante. A cada año que pasa, es tremendo. Como una maldición lanzada por la madre de Boabdil, que quiere que el Suspiro del Moro sea un lugar de dolor para los granadinos como lo fue para ella, su hijo y su corte. El atasco que se forma en ese cuello de botella cada fin de semana es el recordatorio de que nunca se acabarán las retenciones de la carretera de la playa. Ya fuera por la antigua y serpenteante ruta por el Valle de Lecrín (y aquella famosa curva en herradura donde los granadinos exclamaban una soez expresión), o cuando se mejoró la N-323 y sus largas filas de coches de uno en uno hasta llegar a la N-340, donde el calvario tampoco pasaba. Llegó la autovía y tampoco nos libramos de los tediosos atascos. ¿Hasta cuándo? Parece una maldición. ¿Puede ser la Segunda Circunvalación la solución? Desviar camiones y coches para aliviar el tráfico parece sensato si no hace falta entrar en Granada, pero el cuello de botella llega siempre antes. ¿Tanto costaría tender un tercer carril de subida desde el río Torrente hasta la futura bifurcación del Suspiro del Moro?

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