Paso de cebra

José Carlos Rosales

Foto con víctimas

ME he fijado en una de las imágenes que venían en los periódicos de ayer. Me estoy refiriendo a la foto donde posan los familiares de los concejales asesinados en atentados terroristas tras el pleno del Parlamento vasco donde se les rindió homenaje solemne el viernes de esta semana. Los familiares estaban acompañados por la Presidenta de la Cámara de Vitoria, Arantza Quiroga, y por el lehendakari, Patxi López. Y me he fijado en ella porque la mayoría de los familiares eran mujeres, madres o esposas de los concejales tiroteados mientras tomaban una cerveza o se dirigían a su trabajo en el Ayuntamiento.

Al mirar la foto he pensado en la naturaleza de la violencia totalitaria del terrorismo y me he vuelto a acordar de que todos los totalitarismos, se vistan con el ropaje que se vistan, siempre presentan, entre otros rasgos definitorios (culto a la juventud, exaltación de la vida como milicia, mística nacionalista, voluntad enfermiza de poder, programa expansionista, ritualización exacerbada de la vida política, consideración sagrada y suprema del Jefe…) la hegemonía de la virilidad como uno de sus valores más sólidos: todos los caudillos totalitarios (de Hitler a Mao, de Pinochet a Fidel Castro, de Francisco Franco a Josu Ternera) son hombres arrogantes, hombres orgullosos de sus atributos viriles, de su fuerza, de su arrojo o de su torpe valentía para saltarse convenciones jurídicas y normas constitucionales. De ahí que no sea extraño que las víctimas más visibles de la barbarie totalitaria sean casi siempre mujeres: de las Madres de la Plaza de Mayo (en Argentina) a las Damas de Blanco (en La Habana), de las mujeres republicanas rapadas en la oscura y larga posguerra española a las viudas y hermanas de los concejales vascos asesinados por la violencia totalitaria, se llame ETA o Batallón Vasco Español.

Por todo ello deberíamos pensar que no basta con homenajear a las víctimas del terrorismo. Como tampoco se agotan nuestras responsabilidades éticas en las distintas acciones legales que procuran aislar a los políticos vascos que, impasible el ademán, apoyan la violencia de ETA. Porque hace falta también (y sobre todo) desenmascarar a esos totalitarismos de baja intensidad (los residuales, pero también los novedosos) que pululan entre nosotros y buscan diariamente el descrédito de nuestras instituciones democráticas, la negación de la diversidad política de nuestra sociedad o la instauración de ciertos poderes fácticos para imponernos, como advertía Roosevelt, la fusión indiferenciada de la ciudadanía en una imaginaria comunidad nacional bajo el mando de arrogantes élites atiborradas de heroísmo vacuo y mitología infusa.

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