HE visto la foto incomprensible. La foto en colores, predominantemente azules, atravesada por una blanca luz como una espada, la Vía Láctea, donde gira el núcleo principal de nuestra galaxia. He visto la foto. Por encima y por debajo de la Vía Láctea caen serpentinas de polvo frío, partículas de estrellas en formación o a punto de nacer, o que acaban de iniciar su ciclo. Y en el enrojecido telón de fondo, salpicado de polvo cósmico, los restos de la bola de fuego de la que el Cosmos surgió hace miles de millones de años: la luz más antigua, antes de que nacieran las estrellas y las galaxias.
He visto la foto incomprensible. Y lo reconozco. No puedo concebir que el Universo quepa en una foto. Por muy foto que sea del supertelescopio Plank. Que hoy se fotografíe lo que sucedió en el comienzo de los tiempos es inimaginable, como lo es que ese momento de indescriptible apoteosis inicial quede fijado en una foto. Y todavía más, que esa foto se hiciera después de un tiempo tan largo que ni siquiera cabe en nuestra fantasía. La foto: el Universo entero flotando en la insondable nada, una oscuridad total, la inexistencia donde se sostiene todo: ¿la eternidad?
Dicen los astrónomos que esto no es una respuesta, sino un abrir la puerta de las explicaciones. La llave para comprender el funcionamiento del universo, más allá y más acá de la fantasía.
He visto la foto del universo entero, sí, espectacular. Y todavía sobrecogida por ese extraordinario suceso, sigo con fervor, como toda España -aficionados y no- los partidos del Campeonato Mundial de fútbol, que está llevando a nuestro equipo camino de lo más grande. Y acostumbrados como estamos a tantos fracasos, no nos lo podemos creer. Pero más allá y más acá de la fantasía se levantó Puyol para clavar el cabezazo que dejó KO a la selección alemana. Tenemos esta otra foto, nos falta la llave para descifrar el cómo y el por qué de tal galaxia de grandes jugadores. Y no sólo grandes uno a uno, sino que saben jugar juntos en un cielo plagado de estrellas.
Estaba yo cerca del mar y los ojos relampaguearon con el grito de todas las gargantas -hombres, mujeres y niños- perdidos en los bares, las casas o en los salones abarrotados de un hotel de verano. No se lo esperaba Alemania, que como siempre -y aún un poco más, tras la derrota en la Copa de Europa- se había preparado a conciencia. Pero nuestros humildes muchachos han echado abajo los tejados del mundo en una noche gloriosa.
Y ahora a esperar a Holanda para la foto final de nuestro fútbol: la roja luz más nueva.
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