La chauna

José Torrente

torrente.j@gmail.com

Fracaso

Hablar del drama de la familia Del Castillo nos recuerda el fracaso de todos, y nos hace culpables en alícuota proporción

Que Antonio del Castillo y su mujer hayan llegado a declarar, desesperados, su culpa por haber traído a su hija Marta a este mundo, demuestra, en su más amplia extensión, cuál es el nivel de impotencia de unos padres que, ocho años después de su muerte, aún no han podido sepultar el cadáver de su hija asesinada.

Declaro aquí mi estupefacción, como contribuyente de esta sociedad repleta de servicios, agencias, cuerpos y fuerzas de seguridad, investigadores de Udycos, Udefes, Geos y Geas, ministros, jueces, abogados y fiscales, asesores, directores, secretarios y secretarías, coordinadores y ayudantes de la coordinación, que tantos años después no han sido capaces de hallar solución a esa justa demanda de unos padres que piden encontrar el cuerpo de su hija para darle sepultura. Me asusta pensar, como padre, que algo así me pudiera ocurrir a mi.

Me entristece, profundamente, que la solución más a mano sea que no haya solución. Aceptemos como un sonoro fracaso colectivo que este mundo que ha logrado cobertura por carretera entre un continente y las islas británicas; que programa viajes turísticos a la luna; que fabrica coches sin conductor; que dispendia millones de euros de futbolística vergüenza; que vuela bajo a velocidades muy altas y gasta fortunas en aumentar la fortuna..., aún no haya sido capaz de encontrar el cadáver de una adolescente vilmente eliminada por un asesino llamado indebidamente persona, y cuyo cadáver aún permanece insepulto.

Me preocupa saber que el olvido empieza a matar de nuevo a Marta del Castillo, y que a sus padres se les empiece a ver, si acaso, sólo en el turno de consuelo de las noticias, en ese espacio usado para justificar conciencias y exhibir compromiso humanitario en la sección de sucesos de los informativos. Quizá porque hablar de su drama nos recuerda el fracaso de todos, y nos hace culpables en alícuota proporción.

No me creo que esté ya todo hecho; no es posible aceptar que así sea. La sociedad que defiendo es un colectivo de fuerza y solidaridad que hace suyo el problema del otro, y que, conjuntamente, además de proponer empatía, debe poner medios para solucionar la falta de diligencia. No sólo para que unos padres puedan ir al cementerio a llevar flores a un ser querido, qué menos, sino para demostrarle al mal que la justicia lo persigue hasta que triunfe holgadamente la verdad. Y porque a la vera de su hija yerta, una familia entera también pueda vivir su tristeza en paz, de una vez.

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