¿Franco?, sigue en el Valle

Debe de ser cansino para este gobierno que sacar el cadáver del que fuera jefe del Estado se frene constantemente

Parece ser que el tren AVE llegará antes a Granada que Franco al pequeño cementerio de Mingorrubio, contra todas las pretensiones que había determinado el gobierno del PSOE, desterrándolo así ad aeternum. Y mire usted que lo del AVE podría -por el tiempo transcurrido- asemejarse a la construcción de las torres de la catedral de Burgos. Pero lo del tren sí será -por fin- de enorme utilidad para el cierto desarrollo de Granada.

Lo de desenterrar a Franco, además de no producir nada en absoluto que sea de alguna utilidad o bonanza tangible para nadie, sí se queda en una concatenación de torpezas gubernamentales que ridiculiza magistralmente -y ya con saña, si premeditadamente así hubiese sido- el saber jurídico que se presupone a los ministros provenientes de facultades de Derecho y que han venido ejerciendo de abogados, profesores o incluso jueces. Ese ridículo, mantenido en el tiempo, por ministros juristas y por el mismo presidente del Consejo, asistidos de una cohorte de letrados del Estado, es pavoroso, aterrador. Un muerto los tumba con las leyes entre sus yertas manos, parafraseando el Don Guido de don Antonio Machado...

Debe de ser descorazonador y cansino para este gobierno -aún en funciones- que uno de sus máximos empeños; como es el caso de querer sacar el cadáver del que fuera, hasta el día de su muerte, jefe del Estado Español y Generalísimo de sus ejércitos; se frene constantemente, con el peso de las leyes vigentes.

-¡Maldita sea la hora…! Me figuro decir al presidente, doctor Sánchez, dando un firme puñetazo cada vez que el funerario asunto del general Franco salga a colación en Consejo de ministros. -Y ahora ¿qué pasa?, dirá el tantas veces contrariado presidente economista…

Pues ahora, que en tanto se substancian las acciones judiciales, interpuestas por la familia Franco y por la Fundación Francisco Franco, en contra del acuerdo de gobierno de desenterrar al difunto Franco -que, recuérdese, se murió en la cama, cuarenta años después de ganar la guerra- de su tumba en el Valle de los Caídos, para ser enterrado -de nuevo- en lugar menos sobresaliente, los jueces del Supremo paralizan las determinaciones del gobierno socialista en funciones, en evitación de daños que se pudiesen producir en bienes públicos o en derechos privados, hasta que, en otoño, previsiblemente, cuando la hoja caiga, los bosques se desnuden y los jardines se duerman, retomen los togados el asunto del muerto sobre el que más se habla en este país. Mientras, Franco, sigue ahí, en el Valle. Sépase que, para el Gobierno, también estamos en un Estado de Derecho. ¿O no?

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