Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Galdós y la reina

En 1902, Pérez Galdós entrevistó en su exilio de París a la reina Isabel II. Hay cosas que no cambian.

Jamás he llorado leyendo un poema, ni siquiera uno de Emily Dickinson, pero con Galdós he estado a punto. Leyéndolo, me conmuevo casi tanto como cuando vi en el cine Goya de Granada En el Estanque dorado. La película era de tanto sentimiento que, con los pucheros, se me atragantaron las dos gominolas con las que pretendía endulzar el film. ¡Ay, Galdós! Mi padre le regalaba a mi madre un tomo de los Episodios nacionales en cada embarazo. Y ella, que igual estaba preparada para tener 10 hijos como para llegar a ser Presidenta de la Real Academia, si las circunstancias se lo hubieran permitido, después de leer cada tomo, nos lo pasaba a los hijos. Fue así como me enteré, en Montes de Oca, de que el restaurante que ofreció el primer menú del día en Madrid, se inauguró hacia 1840. Dueña de una memoria prodigiosa, conforme ibas leyendo un nuevo Episodio, podías muy bien solicitar su opinión y los detalles más insignificantes de la historia. Mi madre pensaba que los personajes inventados por Galdós tenían más chicha que los personajes históricos. Por ella supe que Galdós había entrevistado, en 1902, a la reina Isabel II en su exilio de París, para documentar dos de sus Episodios, Narváez y Bodas reales. Logré encontrar la interview en el número del 14 de abril de 1904 de la revista madrileña El álbum ibero americano, seguida de la necrológica de la reina, fallecida el día 9 de ese mismo mes. Galdós habla de la generosidad de Isabel, de su bondad y de su incapacidad política. El novelista le pidió que "se dignase contar cosas y menudencias de su reinado, haciendo la historia que suena después de haber hecho la que palpita". Ella le contestó: "Te contaré muchas cosas, muchas, unas para que las escribas, otras para que las sepas". Galdós se compadece de una mujer que "a la edad de las muñecas se veía en trances tan duros del juego político y constitucional, regidora de todo un pueblo, entre partidos fieros, implacables y pasiones desbordadas". ¿Les suena? Un pueblo que se regía -¿se rige aún?- por este nuevo mandamiento: "Hagamos todo lo que se nos antoje, y cada uno observe la ley de su propio gusto". Casi lloro cuando leí en la entrevista que Galdós achacaba todos los males de España a que los políticos se dedicaban a separar las causas de los efectos. Como en cualquier sesión actual del Congreso.

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