Garzón, el pecado y la penitencia

Ignorado por unos y por otros, Garzón ha ido sobrellevando el liviano cargo entre ocurrencias y meteduras de pata

El Gobierno de progreso sobrelleva como puede las hipotecas de su origen dual, obligado el presidente por su falta de peso electoral a pactar con Pablo Iglesias un ejecutivo mastodóntico incluyendo a personas que en el mejor de los sueños jamás habrían imaginado llegar a un puesto de tanta responsabilidad como lo es el de ministro. Así, se inventaron a la carrera pequeñas carteras secundarias (alguna, incluso terciaria) pensadas para titulares sin peso ni cualificación, sin peligro aparente para la unidad del grupo.

Uno de los agraciados en esa lotería fue Alberto Garzón, economista riojano pero crecido en Málaga, vinculado desde sus tiempos universitarios al partido comunista y a Izquierda Unida, con quien Iglesias pactó acudir conjuntamente a las elecciones desde 2016. Como su perfil es opuesto al más liberal (perdón, socialdemócrata) de la intocable Nadia Calviño, mascarón del Gobierno en Bruselas, se le ofreció un puesto de consolación en forma de Ministerio de Consumo, como al que le dan la diputación de juventud en una hermandad de gloria. Ignorado por unos y por otros, el hombre ha ido sobrellevando el liviano cargo entre ocurrencias y meteduras de pata, y como no lo pueden echar, aguanta casi mejor las críticas feroces de fuera que esa displicente benevolencia, como la regañina a un niño malo, que le prestan los de dentro.

El otro día no se le ocurrió otra cosa que acercarse a los muchachos ingleses del The Guardian, para decirles, más o menos, lo mala que estaba la carne exportamos los españoles allí, producida en macro-granjas ubicadas en un lugar cualquiera de Castilla sin cumplir las mínimas condiciones ambientales. Todo ello, con unas elecciones a un mes vista adelantadas por la tremenda donde la izquierda ya de por sí tenía pocas opciones de gobernar. El incendio, claro, no se ha hecho esperar, y ahí andan los ministros socialistas tratando de echar agua al fuego con más voluntad que otra cosa.

En el fondo, se lo tienen merecido. Nada bueno se puede esperar de un Ejecutivo dividido donde un presidente renuncia a su competencia legal de cesar a un ministro porque la decisión provocaría, casi de inmediato, el final de la legislatura. Y mientras, cada vez son más los que, hartos de promesas incumplidas y palabras vacías, están pensando en apoyar opciones hasta ahora impensables. Y es que, como dice el dicho popular, en el pecado llevan la penitencia.

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