¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Gibson y la III República

Gibson es de esos hispanistas aficionados a la regañina y a tratar a los españoles como menores de edad

Mario Onaindía, aquel ejemplo claro de que toda redención es posible, solía decir que le gustaría reencarnarse en "hispanista británico". No le faltaba razón a este vizcaíno, "águila calva algo metida en carnes", según el poema fúnebre que le escribió su amigo Juaristi. Durante mucho tiempo, los hispanistas (franceses e ingleses, pero especialmente estos últimos) fueron un modelo de sabiduría y elegancia para muchos españoles un tanto acomplejados por sus toscas maneras, su pobreza castellana y una historia con demasiadas sotanas y uniformes. Sin embargo, el tiempo y el éxito histórico de la España del último tercio del siglo XX (por mucho que ahora esté de moda negarlo) hizo que se empezase a separar el grano de la paja, a saber distinguir entre los que, como George Borrow o Ian Gibson, venían a catequizarnos y vendernos sus biblias protestantes; y los que, como Raymond Carr o John Elliott, sentían una viva simpatía por el pueblo español y una atracción fatal por su historia.

A los hispanistas de clara estirpe les debemos, además, una influencia decisiva en la creación de una brillante generación de historiadores españoles que tiene en Juan Pablo Fusi a uno de sus miembros más brillantes. Sin el Oxford de los años 70 y sin Raymond Carr no se comprenderían esos estudios desdramatizados, rigurosos y elegantemente escritos que el donostiarra nos ha legado para comprender mejor el pasado más reciente de España.

Sin embargo, como decíamos, en el gremio también ha abundado el tipo catequizador, aficionado a la regañina, a tratar a los españoles como europeos menores de edad... Efectivamente, nos referimos a personajes como Ian Gibson, quien suele concebir el hispanismo como una de esas tabernas irlandesas en las que la bronca está asegurada. Al igual que Schulten buscaba febrilmente y pala en mano la ciudad de Tartessos, este irlandés de familia puritana anda por ahí tras los restos de Lorca en un empeño insomne que hace mucho tiempo dejó de ser algo loable para convertirse en una oscura obsesión. Además, cada vez que habla es para sembrar la discordia en las barras y casinos del secarral. Ahí está su última entrevista, en la que nos reprocha a los españoles que no leamos novelas en catalán y nos anima a proclamar la III República y a federarnos con los portugueses (como si estos se dejasen). También nos llama gritones (¡gritones!) y nos detalla los pensamientos que hubiese tenido don Antonio Machado sobre la España actual. Por lo visto, es médium además de hispanista.

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