El lanzador de cuchillos

Golfos

Uno tiene la sensación de que una ardilla podría atravesar España saltando de dirigente en dirigente

Los políticos italianos, que tienen fama -bien ganada- de ser los más golfos de Europa han aprobado una ley que reducirá en un tercio el número de parlamentarios de sus dos cámaras. Es una medida populista, pero en este tiempo pandémico de desempleo y miseria, agilizará algunas decisiones y supondrá un ahorro de cientos de millones de euros al maltrecho erario público. ¡Cómo habrán visto la cosa de chunga para que, todos a una como en Fuenteovejuna, los campeones del desahogo hayan decidido hacerse el harakiri!

En España, cuyos mandatarios no tienen nada que envidiar a los vecinos de la bota en materia de (in)moralidad, se tiene cada vez más la sensación de que los políticos le exigen a la gente sacrificios ilimitados -morirse en cantidades industriales ha sido el más llamativo de los últimos meses-, mientras ellos están a lo suyo: fingir que se detestan mientras se enriquecen y conseguir que nos detestemos mientras nos arruinamos.

Sánchez y los demás podrán decir misa en prime time, pero eso no mitiga la percepción de expolio en la camarera del Bar Plaza -seis meses sin levantar la persiana- que ve en el telediario de Piqueras el desfile diario de ministros, asesores y barandas autonómicos bien nutridos. Son tantos y salen tan a menudo que uno tiene la sensación de que una ardilla podría atravesar España, de Gibraltar a los Pirineos, saltando de dirigente en dirigente. Eso sí, cuando les ponen un micrófono delante, todos aseguran "entender perfectamente el desánimo de la gente" y se muestran convencidos de la necesidad de "ser firmes para que el desapego de la sociedad hacia los políticos no vaya a más". Y cuando escucha eso, el ciudadano honrado, el currito, jura por lo más sagrado que el IVA lo va a pagar la Ministra de Hacienda con los cuernos y que no vuelve a votar -mentira podrida- en lo que le quede de vida.

A nuestros políticos y sus monaguillos los hemos visto bucear con Calleja y bailar bachata como chonis de barrio; les pagamos viajes en primera, los cócteles de Amazónico y la hipoteca de Galapagar. Cuando creemos habernos librado de ellos, como aquel año que pasamos sin Gobierno tan ricamente, ahí están de nuevo, con sus sonrisas de charol y las manos en nuestros bolsillos, dejándonos claro que tienen previsto vivir "a costa nostra" hasta que se subroguen en el pillaje los alevines de golfo que a estas horas se entrenan robando meriendas en el cole. Con una mascarilla tapándoles la jeta, como han visto que hacen sus padres.

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