AL final vuelven a ser las cosas, ese rastro casi infinito que comenzó con un guijarro tallado o un hueso perforado y que nos persigue pegado a los talones o marcha delante de nuestra mirada cada vez más miope, más ciega, más torpe para casi todo lo que en realidad vale la pena, pero más aguda para esos inventos, cosas, artilugios que nos hacen cada día sentirnos no más cerca de Dios, sino más en el lugar de Dios. Pobre Nietzsche, profeta visionario de un miserable humano que no pensaba en matar a Dios sino en quitarle la silla o el trono, según la medida de su ilusión.

De todas las cosas, cacharros que conozco, que no son pocos, pero ni mucho menos los suficientes, los que más me gustan son los que encierra la CPU de mi PC y, de todos ellos, Google el que más. Tanto, que hay veces que pienso si realmente Google no será Dios.

La consideración de que lo sabe todo no es para tomarla a broma y mucho menos que esté en todo lugar, al menos en todo lugar en que haya una wifi. También me dejan estupefacto las distintas formas y maneras de su epifanía, de su manifestación al ser humano. Desde la gran pantalla TFT de 70 pulgadas, hasta la más pequeña PDA o el versátil y popular teléfono móvil. ¿Qué me dicen de la Blackberry o del sofisticado Iphone?

Es Dios, no hay duda de que es Dios. Pero Google, que no la wikipedia, que herejes siempre los ha habido. Dios en Windows o en Mac, pero Dios.

¿Y qué me dicen de sus atributos? Tampoco ahí anda mal la cosa, sobre todo, el de la visión divina: el Earth. El ojo que todo lo ve y además gratis.

Hace unos días miré desde arriba y hacia abajo, como debe mirar Dios, la nueva carretera que quieren hacerle a lo que queda de Granada. Ppara cerrar el anillo dicen, como si Tolkien tuviese que ver con este disparate y pensé, con el cansancio que comienzo a sentir de las cosas de este pueblo, que si yo fuera Google o Dios, que ya digo que es lo mismo, algún diluvio les mandaba yo a esta panda, por malandrines y follones.

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