Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Gordos, obesos, pobres

La salud debe de imperar sobre el negocio, especialmente con niños capaces de comerse a un cura por los pies en el recreoEl presidente Rajoy necesita cambiar la cara del PP si pretende seguir ganando elecciones

Hubo un tiempo en el que estar gordo constituía una bendición, un motivo de envidia. Los kilos se identificaban con la salud y la opulencia, puesto que la mayoría de la gente era flaca a la fuerza, ya que apenas tenía acceso a las proteínas ni a las grasas animales como la leche, la mantequilla o el queso. Todo aquello empezó a cambiar mediados los 70, cuando aumentó la capacidad adquisitiva de las clases populares al tiempo que crecía el consumo de los productos infectados de azúcar y de grasas saturadas, mucho más baratos. Entonces los españoles empezaron a engordar y los científicos advirtieron que el sobrepeso era motivo de enfermedad o de muerte entre los adultos y de exclusión o acoso entre los pequeños.

Las autoridades, fieles al principio de que lo que no se enuncia no existe, eludieron la cuestión y pusieron en marcha una plétora de campañas institucionales para no llamar a las cosas por su nombre y acabar con todos los gordos sustituyendo la palabra por pseudónimos como obeso o persona con sobrepeso. La estrategia caló y la sufrí en mis carnes cuando, después de una larga temporada comiendo fuera y decorando tras los postres las barras de todos los garitos de la ciudad con un güisqui en la mano, pasé de los 70 a los 90 kilos, eché culo para dos sillas, me reencontré tras diez años con un amigo en Bilbao y, para no ofenderme, me dijo: "Te veo un poquito más ancho".

Relato la batalla para precisar que a los que antes llamamos gordos y después llamamos obesos ahora habría que llamarlos pobres. Ni todos los gordos son pobres ni todos los pobres son gordos, pero el grueso (perdonen la expresión) de los estudios muestra que cuanto más débil y marginado el colectivo social mayor es el impacto en la báscula. Así, en Estados Unidos, la población negra y la latina arrasan en volumen corporal a la blanca. Luego no bastan las prohibiciones: hay que controlar la inflación, (especialmente la de frutas, verduras y productos básicos), promover la educación alimenticia y garantizar sueldos decentes que permitan establecer una dieta universal adecuada. Dicho esto, bienvenido sea el proyecto de ley andaluza para la Promoción de una Vida Saludable que pone coto a la bollería industrial y a las bebidas azucaradas que envenenan a los alumnos en los colegios. La salud pública debe de imperar sobre el negocio, especialmente cuando los consumidores son niños con poco discernimiento y capaces de comerse a un cura por los pies a la hora del recreo.

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