Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

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Granada, la Jerusalén nazarí

Una visita al Museo de Bellas Artes, situado en el Palacio de Carlos V, ayuda a entender lo de la malafollá

El romanticismo alemán inventó el concepto del Volksgeist, que atribuye a cada pueblo unos rasgos comunes e inmutables a lo largo de la historia. ¿Sería entonces la malafollá uno de esos rasgos perennes del carácter granadino? No, la malafollá no ha existido siempre. Los granadinos no llevan en sus genes esa tristeza suspicaz y altanera, empapada de sarcasmo y desconfianza, de reserva y de sospecha que los teóricos de la malafollá les achacan. Una visita al Museo de Bellas Artes, situado en el Carlos V, ese maravilloso palacio renacentista, metido a pieza, con toda intención, en mitad de la Alhambra, para que todo el mundo supiera quiénes eran los nuevos amos de la ciudad, puede orientarnos un poco sobre las causas de la idiosincrasia granadina. Gran parte de los fondos de este museo proceden de iglesias y conventos desamortizados por Mendizábal a partir de 1837. Granada, la Jerusalén nazarí, arrebatada en santa cruzada a los moros, sufrió, tras la Toma, un tsunami de piedad devastadora. Se erigieron numerosos conventos e iglesias sobre las mezquitas; y miles de cuadros e imágenes religiosas, a modo PowerPoints de piedad, se usaron para adoctrinar y atemorizar a moros y judíos, renuentes a la conversión. Un catolicismo sangrante de dolor y muerte infectó a una de las ciudades más hermosas del Continente y propagó entre la población, con sus imágenes y símbolos, un odio eremítico al cuerpo humano. El cilicio, el martirio y la mortificación cauterizaron las fuentes del gozo. Decapitaciones, llagas, mutilaciones, y caras de espanto, emborronan los muros del Museo alhambreño. Los conversos aprendieron pronto a disimular sus ritos y creencias, a practicar en público una piedad teatral, ostentosa e impostada. No sé si los teóricos de la malafollá han tenido en cuenta estos ingredientes de supervivencia del granadinismo más collejo. Del que, como las Manolas, habitaba en la Calle Elvira y alrededores e, incluso, en el Realejo. Y si han valorado los efectos de la Guerra Civil y su barbarie en el recrudecimiento de esos supuestos rasgos idiosincráticos del ser granadino. Rojos y republicanos, como antaño moros y judíos, fueron asesinados, unos, y, obligados, otros, a simular, para sobrevivir, adhesión a los vencedores, a tragarse el odio y los deseos de reparación por tanto atropello. Si eso es la malafollá, pues bueno.

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