La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Granada-Málaga-Sevilla, el ADN del poder

En Almería miran más a Murcia que a Sevilla convencidos de que los que están lejos son los demás; ellos están justo donde deben, donde más les interesa. A la capital de Andalucía se va en avión y cuando no hay más remedio… En Jaén tienen el mismo complejo que en Teruel: existen aunque no siempre lo parezca. Ahora han cogido el relevo de Granada quedando al margen del mapa ferroviario español y hace años que se promocionan como destino turístico internacional explicando a los viajeros lo cerca que está nuestro aeropuerto de su mar de olivos.

Córdoba, la de los Omeyas y la del centro neurálgico del AVE, tiene sus playas en Torremolinos como Sevilla las tiene en Matalascañas, con el cabreo ancestral de Huelva y la altiva indiferencia de Málaga.

En Cádiz bastante tienen con poner orden en casa cuando el nacionalismo y los recelos bajan al nivel de pedanía como para preocuparse de lo que ocurre al otro lado de la Bahía y, mucho menos, allende la verja. Justo en las antípodas del deporte más rentable que históricamente hemos practicado en Granada, el lamento del agravio. Primero disputando el poder político e institucional que se iba concentrando en Sevilla -la penúltima batalla, la del judicial-, luego mirando de reojo el empuje económico que llegaba desde las costas de Málaga y Almería y, en la etapa final de Paco de la Torre, preguntándonos por qué también tenían que tocar la cultura a la ciudad de Lorca y de la Alhambra.

Aunque haya sido una lección dura, a Granada siempre le ha ido bien reivindicando lo que fue, denunciando lo que no es y exigiendo lo que debe ser. Casi se traduce en una cuestión metafísica de tiempos verbales; una de esas espirales de disputas infinitas en las que terminamos enterrando el más insignificante de los proyectos.

Desgasta, pero se convierte en un reconfortante placebo ante la falta de ambición. Y es que para salir a "competir", como no deja de repetir estos días el nuevo alcalde, hay que estar dispuesto a que te saquen los colores y hasta a que te partan la cara. Luis Salvador tiene arrojo; Sebastián Pérez también. ¿Pero seguro que nuestra liga es la de Málaga y Sevilla? Y si lo es, ¿seguro que nos permitirán añadirnos a la mochila?

Porque el Gobierno del cambio no sólo ha acabado con cuatro décadas monocordes socialistas; es el propio polo del poder lo que está pivotando en Andalucía. Bien es cierto que todavía está por ver qué significa: si es la cuenca del Guadalquivir la que se descuelga de la pujante Andalucía de la Costa, si terminará resistiendo la rivalidad histórica de la Andalucía oriental y la Andalucía occidental o si de lo que estamos hablando es de un asalto sin complejos al trono de hierro hispalense. Una guerra entre ocho o un duelo entre dos.

En Sevilla no está siendo nada fácil digerir que la casa de Juanma Moreno y Elías Bendodo está de moda, que el ADN malagueño se ha convertido en un valor en sí mismo. Primero para los cargos y a continuación para las políticas. El conflicto de hace unos días a cuenta de la proyección internacional de los dos aeropuertos no es ninguna anécdota. Polémica fabricada e interesada, sí, pero reflejo de una tensión interna que empieza a vislumbrarse y con un recorrido más que incierto.

Los economistas no terminan de ponerse de acuerdo en si es más importante para una ciudad especializarse al máximo como motor de desarrollo (el caso de Google para Palo Alto) o diversificarse como garantía de crecimiento estable y compartido.

En Andalucía, los discursos del eje Sevilla-Málaga-Granada se asemejan peligrosamente: la smart city que Juan Espadas planea para el horizonte de 2030 no difiere de la Granada de la economía digital que tanto Cs como PP sitúan para el 2031 aprovechando la percha de una Capitalidad Cultural que, por la vía de los hechos, Málaga nos ha ido arrebatando en los últimos años sin ningún disimulo.

Por culpa de un motrileño, de Javier de Burgos, en España seguimos lidiando con una estructura de provincias que poco tiene que ver con las disputas reales de poder. Periodista, poeta y político, De Burgos fue director de El Imparcial y llegó a ser ministro de Hacienda. En 1833, bajo el reinado de Isabel II y la regencia de María Cristina de Borbón, creó con una simple circular un Estado centralizado dividido en 49 provincias y 15 regiones. Y ahí (casi) seguimos. Rehenes de unas fronteras caprichosas que nada tienen que ver con la propia evolución de nuestras ciudades cada vez más permeables y abiertas.

Pero no nos equivoquemos, Andalucía no es Andalucía porque lo que hemos aprendido, cultivado y vivido, es un sentimiento de arraigo a esas ciudades-capitales que un día dieron forma (y nombre) a las provincias y la batalla que ahora se está librando tiene unos actores claros. Por acción y por omisión.

Probablemente, nunca hasta ahora ha habido un espacio de disputa y de riesgo de inversión de posiciones tan ajustado entre Málaga y Sevilla pero lo que subyace es una peligrosa brecha que viene a resucitar el viejo fantasma de las dos Andalucías y con la temida Andalucía de dos velocidades que tanto tiene que ver con la España de 17 velocidades.

Hace bien Luis Salvador en situar abiertamente a Granada en la liga de poder de Málaga y Sevilla con el pragmatismo, incluso, de asumir que "nuestro aeropuerto" internacional (de verdad) y de negocio es el de la Costa del Sol… Evidentemente, en una disputa sujeta al ADN del poder, lo que más le interesa a Granada es no quedar descolgada de quienes tiran de la locomotora. Pero, si somos capaces de desprendernos de nostalgias, de miopías endogámicas y de nacionalismos trasnochados, tendríamos que reconocer que lo que más le interesa a Andalucía -lo que más nos interesa a todos- es que haya alianzas estratégicas que nos permitan competir hacia fuera, desmontando muros y desdibujando fronteras. Competir, pero sin doparnos y sin cegarnos. Conscientes de que nos adentramos en un mapa global con desafíos que nada entiende de decretos decimonónicos y mucho menos de ADN.

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