Granada en las alturas

Respiras hondo sabiendo que hay algo más que el callejeo cotidiano monótono y conocido

Después de años buceando en las profundidades de la ciudad (criptas, pasadizos, túneles o los espacios secretos que atesoran) apetecía cumplir con el sueño de comenzar a recorrer las cimas urbanas desde las que otear el horizonte cuajado de cúpulas, azoteas y variadas vistas esperanzadoras.

Comencé por las terrazas. Las de a pie de calle ya las conocía, pero no las de las azoteas de los hoteles con su refrescante perspectiva tan única. Ha surgido como setas, doy fe. Desde allí arriba parece que rozas el firmamento. Las urgencias de abajo parecen ajenas al ventalle suave que te refresca al caer la tarde. Te aúpas, por ejemplo, al sky line del Hotel del Carmen, tan aburrido en tiempos, y te lamentas de haber vivido al margen de esa inmensa terraza chill in-chill out con piscinita y todo, tan de moda y tan de aliviar la monotonía de las vistas más que vistas. Y, si encima te toca aquella luna roja asomando por el Veleta con el sol escondiéndose del otro lado, pues suspendes la especulación para pasarte a la contemplación del ahora; y escuchas las charlas que te circundan como algo lejano; y te quedas absorto en la sensación de que tienes la bóveda celeste por techo como si te hubieran bajado la circular hermosura del Palacio de Carlos V hasta esta parte de la ciudad más mundana.

Te enganchas de alturas y quieres irte al hotel San Antón y asomarte y ver desde su altiva baranda el Genil constante con sus plateados brillos de anochecida; o darte un lujo y saborear el concierto de turno cobijado de estrellas en el tejado-anfiteatro del Palacio de Congresos; o, si tienes más pasta, irte a cenar al restaurante chic del edificio-frontón del Centro Cultural BMN-Bankia.

Desde cualquier baluarte la ciudad se ofrece distinta, diversa, inmensa. Respiras hondo sabiendo que hay algo más que el callejeo cotidiano monótono y conocido: hay una Sierra Nevada aún moteada de blancos casi en agosto tras de un año de increíbles nevadas; o tomas la medida de la ciudad expandida besándose con los pueblos y absorviéndolos. Granada es ya más que Granada. Y te sientes grande. Comprendes desde ese mirar desde lo alto que la ciudad es otra.

Y luego vuelves a tu pequeñez engrandecida y rememoras en el metro aquel horizonte para sentir su amplitud tan necesaria a cualquier hora.

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