Granada, ciudad de incongruencias

No sé lo que deparará el futuro, pero tengo la sensación de que, hagamos lo que hagamos, estamos metiendo la pata

Granada es ciudad de muchas rarezas incongruencias. A la calle más larga le llaman en el argot popular La Redonda y la más pequeña, pues se recorre en medio minuto, se llama 'Avenida' del Hospicio. En la calle dedicada a uno de los pintores más importantes que ha vivido en Granada, la de Manuel Ángeles Ortiz, no vive nadie. En otra calle que hay en mi barrio y que está dedicada a la periodista Carmen de Burgos, una de las defensoras de la educación sexual en los colegios, la numeración de los impares se estanca en el 69 y vemos casas que son 69-A. 69-B, 69-C, 69-D… En la barriada Cervantes hay una calle que se llama del Santo Sepulcro de la Quinta Alegre. De vez en cuando la realidad acierta con el nombre porque una farmacia que está siempre abierta se llama Perpetuo Socorro.

Los granadinos también tenemos errores que el tiempo ha convertido en incongruencias y que ya son irreparables. Teníamos un río que pasaba por el centro de la ciudad y lo enterramos para hacer calles por las que rodaran los coches. Ahora hay voces que creen que lo podríamos destapar y que volviera a fluir puro y lozano por el cauce a cielo abierto. Los granadinos teníamos también un tranvía que circulaba por muchas calles del centro de la ciudad que dejó de funcionar porque había quedado obsoleto y porque se pensó que había que prestarle más atención al automóvil. Ahora quieren un metro que pase por el centro y echar definitivamente a los coches de esa zona. Los coches antes eran la bendición de una modernidad que llegaba montada a cuatro ruedas y ahora no se les quiere en las ciudades. Un día se modernizó la ciudad pensando en ellos y ahora son ellos los culpables de la contaminación y del mal ambiente. En un plano más doméstico, hubo un tiempo en que Granada se llenó de bolardos, pilonas y pepetorres, que es como vulgarmente se les llamaba a esas balizas rematadas en granadas cabezonas y rompedoras de tibias de despistados, sobre todo en estos tiempos en los que todos vamos mirando el móvil. No hay calle que se precie que no tenga una fila de bolardos. Ahora el gobierno municipal quiere quitárselos de en medio porque dicen que son peligrosos y antiestéticos. No sé lo que deparará el futuro, pero tengo la sensación de que, hagamos lo que hagamos, estamos metiendo la pata. Es nuestro sino.

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