Una de las principales citas de cada mes de enero es Fitur, esa gran feria turística que infla de orgullo a a alcaldes, presidentes de diputaciones y concejales que viajan a Madrid a vender la excelencia de su lugar de origen. Un trabajo que se hace en la capital de España y que luego es difícil de medir debido a que el turismo, a pesar de la cantidad de estadísticas y datos que recibimos, es un concepto repleto de intangibles y de situaciones que no se pueden evaluar ni con palabras ni con cifras. El caso es si Granada, una tierra que como todas alberga luces y sombras, será capaz alguna vez -más allá de Fitur y las ferias- de creerse el potencial que tiene desde la capital a la Costa y desde las playas a la otra punta de la provincia donde se expande el turismo rural de cuevas y el famoso Geoparque. De creérselo de verdad y de vender una imagen de provincia que tiene de todo y además se lo cree, y que tiene más oro aparte de los dorados de la Alhambra y Sierra Nevada. Y, claro, que ese turismo ayude -de verdad- a mitigar las cifras económicas de una provincia en la que no sólo vale con que las tapas sean baratas.

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