La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Granada desescala, ¿y ahora qué?

Málaga y Sevilla ya están en el 'club nacional' para recuperar los vuelos internacionales. ¿Y nuestra Mesa del Aeropuerto?

Las vacaciones de verano serán un punto de inflexión sobre esa "nueva normalidad" que deberemos inventar entre todos.

Las vacaciones de verano serán un punto de inflexión sobre esa "nueva normalidad" que deberemos inventar entre todos.

Ni Spiderman ni Batman. Tampoco un médico. Banksy ha elegido una enfermera del montón para recordarnos, con la simpleza y la fuerza de las imágenes que convierten en arte la provocación callejera del grafiti, de qué va en realidad la batalla contra el coronavirus. La que nos está igualando a todos, pero por abajo. En los miedos y la incertidumbre; en los alardes de solidaridad y las miserias; en la UCI de cualquier hospital.

El dibujo con que el misterioso artista urbano ha conmovido a medio mundo desde una pared del hospital británico de Southampton no necesita el sonido de los aplausos. Un niño desecha a la papelera los superhéroes que colamos en nuestras casas cuando nos hicimos adictos al capitalismo y nos invita a soñar haciendo volar a una chica que podría estar sacada de cualquier revista de la Primera Guerra Mundial. Todo en blanco y negro salvo la cruz roja que la enfermera luce en su pecho.

El grafiti con que el artista urbano británico Bansky ha rendido homenaje a los sanitarios en la lucha contra el Covid-19. El grafiti con que el artista urbano británico Bansky ha rendido homenaje a los sanitarios en la lucha contra el Covid-19.

El grafiti con que el artista urbano británico Bansky ha rendido homenaje a los sanitarios en la lucha contra el Covid-19.

Tampoco necesita su grafiti la crítica, el sarcasmo y mucho menos la política. Es un homenaje. Es la imagen de ese largo confinamiento que hemos ido compartiendo por países cediéndonos el testigo del Covid-19. Un reconocimiento a los tiempos en que todos accedimos a bajar las persianas de nuestros negocios y nuestras vidas para encerrarnos en casa. De China saltó a Europa como objetivo preferente, Inglaterra y Alemania sólo creyeron que lo mantenían a raya, Rusia no tardaría en caer, no sabemos aún qué pasará con África pero sí hemos comprobado ya que ni la soberbia estadounidense ni los chamanes latinoamericanos están a salvo.

Y aquí estábamos cuando empezó la desescalada...

En realidad, hemos pasado de fotograma porque así lo hemos acordado sobre una hoja de cálculo de índices, riesgos y probabilidades. Cuando desde la política se decidió que debíamos desescalar oyendo a quienes alertaban de que si no moríamos por el coronavirus lo haríamos de hambre. No era ninguna exageración.

Seguimos sin tener vacuna a la vista (por muy bien que suene lo que llega de Oxford para el horizonte de septiembre), lo de la "inmunidad de grupo" se queda en falacia a tenor del estudio sobre seroprevalencia que se ha conocido esta semana (no importa tanto el dato en sí del 5% como el abismo que nos separa de la protección real) y cada vez da más la sensación de que el virus ha llegado para quedarse como ya lo hizo por cierto el de la gripe española del 18. Para darnos unos azotes a traición y diluirse por cansancio.

La presión en los hospitales ha bajado pero no los contagios ni el riesgo de rebrote. Ha bastado una semana de tercer grado carcelario en Andalucía para cercionarnos: decenas de denuncias en los bares, aglomeraciones en las calles, peluquerías low-cost coqueteando con el virus y botellones de jóvenes celebrando que no hay nada que celebrar.

Desescalamos por puro instinto de supervivencia. Y lo peor de todo es que los primeros en deshibernar hayan sido los políticos con menos escrúpulos. Los que alientan las caceroladas y utilizan las manifas espontáneas para aumentar la crispación.

Granada y Málaga estarán este lunes en fase 1 (¿no ha sido ninguna tragedia verdad?) y, si todo va bien, en sólo una semana acompañaremos al resto de Andalucía en el paso a la fase 2, casi la libertad.

No voy a hacer una lectura de agravios, injusticias ni castigos. Porque todavía está por ver si se equivocaron antes o aciertan ahora; si unos u otros y si con nosotros y con los demás. Entiendo, simplemente, que es lo más operativo para afrontar el nuevo desafío teniendo en cuenta que, con el permiso de Pedro Sánchez y del estado de alarma que quiere prorrogar por quinta vez un mes más, el grueso de las competencias de gestión están transferidas a las autonomías y la movilidad entre provincias es esencial si de verdad nos proponemos construir una "nueva normalidad" que reactive sectores tan estratégicos en nuestra comunidad como la hostelería, el turismo y el comercio.

Grecia ya ha abierto sin restricciones sus playas, Islandia ha colgado el cartel de "bienvenidos" e Italia ya ha puesto sus cartas sobre la mesa: ¡todos a viajar! Sin cuarentena para los extranjeros y con bonos de hasta 500 euros de incentivo para las familias.

En España, sin embargo, titubeamos. Resulta comprensible: tememos que la indisciplina y la picaresca nos rebote a la casilla de partida. Hubo multas durante el confinamiento, las ha habido esta semana en todos los territorios que han pasado de fase y las habrá esta semana en Granada. Da miedo pensar en el Mirador de San Nicolás y el Albaicín, en la Alhambra, el Realejo y Puerta Real, en el Paseo de la Bicha y en las playas de la Costa Tropical. Pero tenemos que vivir con ello. Y, sobre todo, tenemos que planificar con sensatez y frialdad una recuperación del pulso vital de nuestros pueblos y ciudades sabiendo que la amenaza sigue ahí.

Con la enfermera de Bansky tendremos que seguir contando, pero no sola.

Necesitamos más personajes anónimos que se conviertan en héroes. Y aquí es donde yo de verdad tiemblo. Enmudezco. Soy incapaz de saber si seremos capaces de continuar un grafiti que hable de esperanza y no de villanos, ególatras y oportunistas.

En Granada, esta misma semana tendremos la oportunidad de saber si en la Plaza del Carmen se ha entendido lo que supone la crisis del coronavirus o seguimos envueltos en las banderas de colores de los partidos. Entre "y tú más" y la nostalgia de pensar "por qué no soy yo el alcalde"...

No voy a entrar al detalle del documento ni voy a mirar hacia atrás para recordar por qué seguimos con un presupuesto vigente desde 2015 (una situación totalmente insólita entre las grandes ciudades a nivel nacional), quién ha sido más culpable y por qué. Pero parece sensato defender que la capital necesita unas cuentas actualizadas, flexibles y de consenso con que afrontar la "reconstrucción". Y compete al equipo de gobierno -por muy compleja que sea en nuestra ciudad la geometría variable de los apoyos- tanto como a la oposición. Podemos pensar hacia dentro, a la agilidad con que se debería poder gobernar en unos momentos tan críticos como los actuales, pero también hacia fuera si no queremos volver a quedarnos atrás. Los aeropuertos de Málaga y Sevilla, por ejemplo, ya están en el club fijado por el Gobierno para recuperar el turismo internacional. La capital hispalense no lo estaba hace sólo 48 horas pero una ofensiva de su alcalde ha hecho al Ejecutivo de Sánchez rectificar.

¿En Granada no había una Mesa del Aeropuerto? Y una Mesa de las Infraestructuras y una Mesa por la Capitalidad Cultural y una Mesa por el Acelerador y una Mesa por la Ciencia y una Mesa de los Agravios… ¿También están confinadas?

Pues estamos en fase 1. Toca deshibernar.

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