El maldito coronavirus nos ha quitado a todos las caretas. A Granada, además, le ha quitado la boina. La txapela de polución se ha ido quitando poco a poco en tan sólo unos días sin movimiento como se puede ver en numerosas fotos del antes y el después con una ciudad encapotada de nubes contaminadas y los cielos luminosos y despejados que está dejando esta Semana Santa. Hay quien ha afirmado estos días que esta maldición de la pandemia puede ser también un toque de atención de la naturaleza y un mundo que nos estábamos cargando. No sabemos muy bien es la lección que se puede sacar de todo esto y que sacaremos en el futuro. Pero está claro que hay que caminar más y abusar menos del motor y de los viajes innecesarios. A su vez, los políticos tienen que tener en cuenta que la Granada metropolitana ha crecido mucho y que los niveles de polución también están en consonancia con un transporte que no equilibra la cuestión y con unas infraestructuras que crean colapsos y embotellamientos propios de un Cinturón con medio millón de habitantes y no demasiadas alternativas para moverse.

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