EL primer ministro de Grecia, Alexis Tsipras, cargó el sábado pasado contra los gobiernos de España y Portugal, acusándolos de haber liderado un eje que tensionó todo lo que pudo las negociaciones del Eurogrupo para evitar un acuerdo y hacer caer a su recién elegido Gobierno por interés político, dado que el éxito de su partido, Syriza, sirve de ejemplo para avalar apuestas de cambio político en los dos países que conforman la Península Ibérica. Tsipras, en realidad, lanzó este ataque como instrumento de defensa contra las críticas internas que está recibiendo en Grecia, incluyendo a sectores de su propio partido. Sus críticos le acusan de haber hecho demasiadas concesiones ante el Eurogrupo en las negociaciones para lograr una refinanciación de la deuda soberana griega. Tsipras trataba de reivindicar las discutidas condiciones logradas en la negociación con sus socios comunitarios y el Banco Central Europeo. Hemos de enmarcar este ataque mucho más en clave interna, para zafarse de la presión que ha recibido de quienes estiman que está faltando a sus compromisos con los griegos. La postura del gobernante heleno se basa en un juego tramposo. En primer lugar, como todo gobierno populista, culpa a terceros para no afrontar sus propios fracasos, la difícil aplicación de unas promesas voluntaristas. En segundo término, el discurso del primer ministro griego, al igual que cuando ha sido candidato, omite que Grecia tuvo que acudir a dos rescates porque falseó durante años la práctica totalidad de los parámetros macroeconómicos. Y aunque Syriza no fuese protagonista activo de esa acción fraudulenta, sí ha de asumirlo como una responsabilidad heredada. Grecia, en tercer lugar, se ha quedado lejos de cumplir con los requisitos de ajuste fiscal necesarios para reequilibrar, a largo plazo, su salud económica. Justo lo contrario de lo que sí ha hecho España sin acudir a un rescate general de su economía -aunque sí a fondos para sanear a bancos y cajas- o Portugal, que también acudió a un rescate que afecta al conjunto de sus finanzas. El propio presidente español, Mariano Rajoy, replicó ayer en Sevilla a Alexis Tsipras que no vuelque sobre otros la frustración que generan sus políticas. Y la mejor prueba de que el ataque a Portugal y España es más una defensa en clave interna, es la contrarréplica a Rajoy del Gobierno griego, que restó agresividad a su postura al decir que no busca enfrentamientos exteriores. Es el ejemplo de que los populismos acaban chocando contra la realidad. Grecia no puede obviar sus obligaciones, como España hace bien en recordar que los ajustes y esfuerzos hechos para encauzar la recuperación son incompatibles con favorecer a quien incumple sus obligaciones.
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