Cambio de sentido

'Grieguerías'

Censuras, la pantallización de la vida, la deriva de la Educación, el mal gobierno: esto con Pericles no pasaba

El vino de malvasía la llevó a pedir queso; el queso, a mentar Casar de Cáceres y Casar, a contarme la increíble y verdadera historia -oh, amiga, tú sí que sabes lo que me gusta- de Ángel Rodríguez Campos, más conocido como Helénides de Salamina. "Camarero, por favor, más malvasía. Cuenta, cuenta...". Helénides de Salamina, charro de Mogarraz, llegó en 1913 de maestro a aquel pueblo extremeño. Iba vestido de griego arcaico, con túnica, coturnos, diadema y larga cabellera. Escribía en hexámetros, comía en triclinio, cultivaba el huerto. El Panhelenio, su Ilíada de 21.000 versos en tercetos, cuenta la fundación heroica de Salamanca. Las gentes del pueblo, en especial sus alumnos, lo admiraron y quisieron mucho.

Tal cual está el patio, ganas dan, si no de salir de Pastira canéfora en la procesión de las Panateneas, sí al menos de haber sido pupila de este u otro helenófilo de secano -pues aquí ha habido no pocos y buenos- que nos hiciera entender que estas nuestras sociedades avanzadas, salvo en lo tecnológico, comienzan a serlo cada vez menos. Los ya habituales arrebatos de censura, la obcecación de tanto cátedro de la calle, los gobiernos que padecemos con máxima indolencia, la pantallización de la vida, el rumbo sin rumbo de la Educación: esto con Pericles no pasaba. Hemos olvidado el camino de vuelta, hemos desposeído a las palabras y las cosas de su misterio. Historia, leo, viene de historein, "preguntar". Lo hacían los griegos cuando llegaban a tierras lejanas y pedían a los nativos el relato de su pasado y sus costumbres. Me pregunto quiénes somos, quién se opone a que seamos, qué estamos dejando de ser.

En los tiempos de La Ilíada, "¡qué antiguas eran ya las armas, qué viejos eran ya los hombres, qué decrépito el mundo, qué anciana la palabra, ya en tu guerra, oh rey Agamenón!", clama Rafael Sánchez Ferlosio. No sé si asisto con más tristeza y estupor a las noticias que llegan sobre la última matanza en Siria -más de 500 muertos la semana pasada, en Guta Oriental, y 400.000 personas allí atrapadas- o a la gran indiferencia de todos ante la hecatombe. En la foto de Reuters, miembros de la defensa civil siria sacan a la superficie, por un hueco, entre cascotes, a una mujer malherida. El mismo día, en las obras del metro de Salónica, extraen -¿o quizá emerge?- del subsuelo una estatua de Afrodita. Más nos valiera, oh Helénides de Salamina, preguntarnos -historein-, como antiguos griegos, por esta mujer y aquella diosa.

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