Groucho Marx y Hamlet

Los esfuerzos de Iglesias por llamar la atención, por ejemplo, dan para las mejores chirigotas

Hace escasos días, una amiga me llamó para comentar esta columna. "He leído tu sermón de los viernes ", me dijo. "Tienes razón, pero te pones muy intenso, y lo que necesitamos es alegría", concluyó. Como el comentario venía de una persona inteligente, recuperé mis últimas colaboraciones, las releí, y apesadumbrado reconocí que mi amiga estaba en lo cierto. Perdón por lo tanto amable lector si a usted le ha pasado lo mismo. Tengo en mi defensa razones que justifican el tono melancólico y tristón que el virus ha inoculado en todos nosotros y podría añadir que la actualidad económica y política que nos rodea agrava más aún el asunto. Y no digamos si uno es del Barça. Pero es cierto, necesitamos reírnos un poco. Pero ¿de qué? Créanme que lo he intentado. Los esfuerzos de Iglesias por llamar la atención, por ejemplo, dan para las mejores chirigotas; pero pasado el inicio, resulta que tener a un vicepresidente al que no le gusta el país que gobierna, más que gracioso es dramático. Que, en Cataluña, una maravillosa tierra que presumía de sensatez, tras una década camino del desastre y la ruina, la solución sea más de lo mismo y con los mismos, tampoco parece muy divertido. Que una joven estudiante de Historia dé mítines proclamando que los culpables de todo son los judíos, asusta. Que partidos moderados vayan camino de la desaparición y otros como Vox o Bildu suban, no invita a la esperanza. No, no es fácil encontrar razones para el buen humor. Nacimos llorando, pero reír exige aprendizaje.

El humorismo lo definió Gómez de la Serna como el antídoto de lo más diverso, lo que justifica lo complejo de conocer en que consiste su esencia. El humor es una lucha contra los convencionalismos y forma parte del pensamiento. Pero son los conflictos que la vida nos ofrece los que nos conducen a la comedia. Y lo que nos ocurre últimamente tiene poca gracia y es lo suficientemente grave como para no hacer chistes fáciles. Aunque es cierto, que en el escenario tenemos malos políticos, algunos son excelentes humoristas; el problema estriba que el texto que interpretan es el de un drama y de ahí el desfase. Algo así como ver a Groucho Marx interpretando a Hamlet. Si les parece exagerada la comparación, escuchen, vean y lean las preguntas al gobierno de los miércoles en el Congreso. Reirán y llorarán. Tiempos extraños éstos.

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