Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Hípica

LAS galopadas periódicas del PP a lomos del caballo de Guillermo Pérez Villalta deberían figurar entre las principales exhibiciones hípicas del mundo. Nos referimos, por supuesto, a la categoría sobre caballos de bronce, que es una derivación inmóvil de las pruebas sobre animales semovientes. Yo creo que con un poco de empeño el año que viene el alcalde podría vender la carrera del "instante preciso" en Fitur (¡eso sí, ojo a quién le da la concesión para montar el quiosco no vaya a aparecer Garzón con su escopeta y soplando el reclamo de los urogallos!).

Bastaría con realzar un poco el colorido popular, por ejemplo, convocando a la población mediante un bando a un pase de pamelas, levitas y tocados, como en Ascot, mientras el jockey de turno, elegido por antigüedad entre los componentes del equipo de gobierno, por el mismo método de designación qee se aplica para mover el pendón de Castilla, emprende la cabalgada ritual desde la corona de la Casa Consistorial a alguna rotonda, paseo o pesebre donde esté instalada la meta volante. El caballo de Pérez Villalta, al contrario que las dos jacas que regaló el saudí y que fueron malbaratadas (y eso que aún no había llegado la crisis), es de manutención barata y tampoco requiere yeguas de alivio para los celos.

Seis años llevan Torres Hurtado y sus colaboradores montados en el caballo y golpeando la grupa pero sin despegar de su emplazamiento. Algo se ha conseguido, desde luego, con ese contacto tan continuado y es que el Ayuntamiento ha pasado del desdén inicial contra la escultura (no por la escultura misma sino por quien la puso, el grupo Socialista) a cierta simpatía más o menos sincera. Ya se sabe que el roce hace grandes amistades.

La Concejalía de Patrimonio sigue empeñada en cumplir una de las dos promesas devastadoras que incluyó en el programa electoral de 2003: el exilio del caballo y la demolición (cumplida) del carril bici del Zaidín. Pero ha pasado tanto tiempo que ya se entrevé cierto cariño por el bruto (el ojo del amo engorda al caballo de Villalta) y pretende transformar la deportación de la estatua en un ascenso, algo doblemente inverosímil, primero porque por la posicióndel caballo todo ascenso es descenso y, segundo, porque aún es fácil rastrear el olor a venganza política que despide el destierro. "Irá a un sitio espectarcular", dicen con buscada ambigüedad en el Ayuntamiento, y uno no sabe dónde mirar por miedo al espectáculo.

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