Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

Hombre, tierra

EL debate sobre la presencia menguante de las humanidades en los planes de enseñanza, cargado de demagogia por parte de quienes insisten en la rentabilidad social del sistema educativo o consideran que este debe tener como único propósito la formación profesional de los alumnos, toma a menudo la forma de una disputa cuantitativa -horas más, horas menos-, pero el fondo de la cuestión es que las artes, la literatura o el pensamiento han pasado a ser vistos como materias ornamentales, por ello mismo prescindibles. Los argumentos pretendidamente modernizadores que invocan los enemigos de la sensibilidad y el criterio, muy aficionados a la jerga de la pedagogía, son tan engañosos que no merecen mayores comentarios, pero también desde el propio ámbito de las disciplinas humanísticas hay quienes desconfían de la etiqueta abarcadora por difusa, poco apropiada para un tiempo de especialización a ultranza o deudora de una visión nostálgica y desfasada, que algunos desnortados vinculan a planteamientos ideológicos reaccionarios.

Es verdad que el sentido original del humanismo -voz por lo demás tardía, de comienzos del XIX, aplicada retroactivamente al quehacer intelectual de las generaciones comprendidas entre Petrarca y Erasmo- era a la vez más amplio y más reducido. Lo primero porque los viejos maestros italianos, militantes del clasicismo que preferían llamarse historiadores, filósofos, anticuarios o gramáticos, antes que humanistas, alumbraron un proyecto que trascendía la dedicación a las bellas letras para extenderse a todos los órdenes de la vida: la política, desde luego, pero también el amor u otras formas de milicia, los gustos, las costumbres y las maneras. Lo segundo porque la Ilustración, en más de un sentido heredera del Renacimiento, rescató y ensanchó el programa humanístico cuando este languidecía en manos de la erudición arqueológica. Hoy el humanismo -de humano, claro, que en latín se relacionaba con el hombre (homo) sin distinción de sexo, pero también con la tierra (humus), dado que ambas palabras proceden de la misma raíz indoeuropea- significa muchas cosas y todas ellas buenas, pero no es posible separar las connotaciones diríamos morales de una carga histórica que dista de ser superflua. Hablar de saberes inútiles, como hacen o sugieren los tecnócratas, es ignorar que algo cambió en los lejanos días del Trescientos y que aquellos estudiosos fascinados por la Antigüedad, soñadores de la Roma renovada, son para siempre nuestros contemporáneos.

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