Hundiendo el Titanic

Me pregunto cuándo comenzamos a renegar de lo que unos señores dea izquierda y derecha nos enseñaron

Morir entre brumas es como abandonar el Titanic bajo ruido de violines. La imagen me ha acompañado esta Navidad mientras navegaba entre recortes de prensa. Confieso sentirme como los violinistas de la película, tocando la misma canción mientras el Titanic se va a pique, mientras aquéllos saltan por la borda, otros fletan un barco que les conduzca a otra orilla, unos tratan de no quedarse olvidados en el vacío y nosotros, achicando agua. Y nadie mira atrás. Yo trato de salvar el Titanic, de conservar el legado. Soy de los que tocando el violín miro atrás, esperando que alguien manifieste serias intenciones de salvarnos. No es tarde. Basta con no mirar el ombligo, olvidar egos, recordar que la historia no puede construirse de cualquier forma y menos si saboteamos la dignidad de una democracia y la responsabilidad del fiel gobernante. Sé que no es fácil renunciar cuando tocan perfil e imagen. Pero la historia encumbró siempre retratos de quienes, olvidándose de sí mismos, antepusieron su coherencia. No será tarde aún. No será tarde. No todo se ha roto en mil pedazos.

Y sigo tocando. Mirando atrás. Me pregunto cuándo comenzamos a renegar de nosotros, cuándo de lo que aprendimos, cuándo de lo que unos señores a izquierda y derecha nos enseñaron. Me pregunto porqué destruir el Titanic, porqué hundirlo. Con el trabajo que costó ponerlo a flote… Cuarenta años después es fácil excusarnos alegando que no fue el barco perfecto, que faltaron engranajes, que dejamos cuestiones sin resolver. Cuarenta años después pregunto si para resolver el artificial entuerto y cubrir nuestras vergüenzas, era necesario volver a enfrentar los dos bandos, las dos Españas. Nosotros, los de la generación casi perdida, crecimos con respeto y sin preguntarnos tú de qué bando eres. No lo necesitamos.

Sigo tocando el violín. La canción no se olvida, pero la música apenas si se oye. Aquí nadie es garante y todos responsables de hundirnos sin compasión. Leí una y otra vez las instrucciones. No decían nada de compartir viaje con los que destruyen la integridad, con quienes, Sr. Sánchez, el barco les importa un bledo. Su propuesta de gobierno a toda costa, con quien sea, renunciando a lo que sea, destruye su credibilidad. No se adule con la coral del hemiciclo. Ahí no están quienes le votaron, quienes creyeron en su programa, en un destino, en una música de violines. Esos navegan ahora sin saber dónde van, mientras sus compañeros de viaje ya le abren una vía en el casco del barco que terminará hundiéndolo. A usted, y a aquella identidad e integridad territorial que tanto le enoja y que se llama España.

Como decía Chesterton, hay quien creerá justificada la revolución para tener democracia. Lo creyeron también los dictadores, los que inventaron miles de cuentos para obtener un fin que nunca llegó. También Franco creyó en la revolución, en que hacía un favor a la Patria. Los españoles se lo negamos. Y se lo negarán a Vd. Sr. Sánchez. Democracia, además de la legitimidad que proporciona una suma de votos, implica coherencia. Las antítesis, los fraudes groseros en propuestas de gobierno y programas electorales, revelan nulo talante demócratico. Democracia, sí. Cheques en blanco, no. Y por ello, y porque este barco comienza a parecerse al de hace ochenta años, aún sigo tocando. El Titanic se hunde. Y yo aún sigo tocando…

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