Iglesias gana

Convertir a Iglesias en un hombre humillado es un error que el señor Sánchez no dejará de pagar de un modo u otro

Al margen del incierto panorama de pactos y abstenciones, del cual podría salir un gobierno apoyado por el señor Iglesias, hay una cuestión, digamos estructural, que opera contra el futuro del señor Sánchez. El señor Sánchez ha permitido que don Pablo Iglesias se postule, y con razón, como parte agraviada y leal, como parte desinteresada de un dúo donde don Pedro se postula como crooner, como garganta impar, mientras reserva para el señor Iglesias el puesto de palmero. Y claro, el señor Iglesias, en la tarde del lunes, mostró no sólo su desconcierto ante tal pretensión, sino que aprovechó para subrayar su estupor, para confesar su aflicción, adornándose con esa vaga melancolía que prestigia e ilumina a los perdedores, y que en el caso del señor Iglesias no era sino una forma educada de mostrar su abrumadora superioridad dialéctica, y acaso también estratégica, sobre el señor Sánchez.

El hecho es que, hasta hace unos días, el señor Iglesias era un hombre cuestionado, incluso por los suyos, mientras que ahora parece haber recobrado su lámina de orador eficaz y político barnizado por el utopismo. Resulta claro, por otra parte, que la exclusión del señor Iglesias de un futuro Gobierno de coalición respondía a una doble necesidad: la de orillar a un adversario tenaz en los consejos de ministros y la de dificultar la anuencia de Podemos a un posible pacto de izquierdas. Pero una vez que el señor Iglesias se ha apartado de la liza, el señor Sánchez se ha creado una doble dificultad de la que quizá no sepan zafarse, la dificultad más inmediata de laminar a Podemos, cuando Podemos se ha plegado dócilmente a sus exigencias, y la dificultad añadida de volver a enterrar al señor Iglesias, cuando el señor Iglesias no ha hecho sino razonar en público, con descarnada y letal precisión, las condiciones necesarias de cualquier pacto. Un pacto que interesará más o menos al señor Sánchez (no hablamos aquí de lo que pudiera interesar o no a los españoles), pero un pacto que, presumiblemente, no hará si prolongar la inestabilidad que hoy nos aflige, con la propina de haber convertido al señor Iglesias en un hombre cargado de razones.

Unas razones cuya naturaleza no es tanto de índole política, cuanto de orden procedimental. Porque el señor Iglesias tiene derecho a pedir el precio que crea oportuno por su apoyo al futuro Gobierno de España. Y convertirlo en un hombre que se dice humillado es un error que el señor Sánchez no dejará de pagar de un modo u otro.

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