Incoherencias

Me pregunto cuántos correligionarios harán público su descontento por la destitución de María José Rienda

Dar respuesta en el rigor de la contienda a tantas imágenes que degradan nuestro estado de derecho, resulta en ocasiones hasta desagradable. El ejemplo y la conclusión es recurrente: una sociedad que inexorablemente pierde valores cívicos que durante cuarenta años cultivó para equilibrar un pasado que hoy amenaza volverse de condición arrojadiza. Es a lo que conduce la vanidad del político, acompañada de excesivas dosis de incompetencia y atrevimiento. Eso sí: las palabras, enormes. Bajo ellas fluye su Luis XIV disfrazado de pactos, colaboración, foros, equipo… palabras que nacen muertas. Con la misma facilidad que salen, el viento se las lleva sin dejar poso alguno. Promesas incumplidas, dicen algunos. Yo hablo de mentiras y mentirosos. De esto iba Luis XIV: "el Estado sólo soy yo".

Me pregunto cuántos correligionarios harán público su descontento, siquiera por coherencia, con la destitución de María José Rienda, no por chovinismo, sino por el pago en especie y agradecimiento privado que supone el nombramiento de su sustituta. Cuántos protestarán por las eléctricas y el compadreo familiar de la ministra. O por la gestión de la crisis de derecho internacional con la vicepresidenta venezolana (aquí nadie dimite). O el despilfarro de un gobierno que bate récord de ministros. O el nombramiento de coordinadores (o vigilantes) para tapar (o espiar) la nefasta atribución de competencias entre los ministerios… Me pregunto si además del presidente de Extremadura, aquí alguien levantará la mano...

Terminarán eliminando la condición y dignidad del político. Todos. De cualquier ideología, credo o condición política. Incluidos los de románticas acampadas en el mes de junio a la luna llena de la Puerta del Sol o la Plaza del Carmen. Los más falsos. El tiempo y una buena remuneración convirtió aquellas tiendas en chalets de lujo, reflotados bajo la capacidad económica que otorga el desempeño del cargo público, paradojas de la vida, ahora justamente retribuido. Que se lo digan al vicepresidente Iglesias y su cónyuge con los catorce mil euros mensuales que levantan para su economía familiar. Y a la ideología, que le den…

Si además estos temas se reflejan el día en que páginas de local fotografían a correligionarios ideológicos locales abandonando el pleno municipal y denunciando en Fiscalía por la retirada de un acuerdo municipal, decisión avalada por técnicos del consistorio (equivocados o no, eso es otro cantar), pues, la verdad, comparado con lo anterior, queda chusco y torticero. Ya no para quien suscribe, sino para una Fiscalía que, anticipo, devolverá educadamente su denuncia con un aséptico "los hechos no revisten apariencia de delito…", aunque por dentro puedan hervir con el daño que ocasionan a la credibilidad de las instituciones públicas.

Alguien debería enseñar la condición de estadista. Asumir la impopularidad aunque necesariedad de ciertas decisiones políticas. Es duro gobernar: un tremendo zasca, una injusta crítica... Decía en este periódico mi admirado y querido Gregorio Jiménez -lo que esta ciudad pierde con la finalización de su mandato en el Consejo Social de la Universidad-: "El problema de los políticos es que cada cuatro años quieren inventar una ciudad". Yo añado, Gregorio: El problema de nuestros políticos es que dedican tres meses de campaña a prometer ciudad. El resto, los cuatro años de mandato, lo dedican sólo a imagen y representación institucional.

Así nos va Gregorio, así nos va…

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