QUE Dios me perdone -al fin y a cabo es su oficio- pero no puedo llegar a creerme que una persona decente y en su sano juicio pueda mantener honestamente que el hecho de que una chica de, pongamos 16 años, decida interrumpir voluntariamente su embarazo (y como no le tengo miedo a las palabras lo llamaré por su nombre: que aborte) es moralmente más recriminable que el de que un cura abuse sexualmente de un menor, pongamos de 7 años. Esto es justamente lo que mantiene la Iglesia y así se ha encargado de recordarlo recientemente el cardenal Cañizares. Bien, asumamos los planteamientos de la Iglesia, olvidando que hasta hace cuatro días aún debatían si la mujer tenía o no alma. Ahora resulta que hasta un feto de dos días la tiene e incluso a juzgar por al ahínco con que se oponen a cualquier método anticonceptivo, hasta los espermatozoides son vidas en potencia que hay que proteger. Esto desde luego no es nuevo. Aunque no entiendo por qué se inventaban tantas falsedades encaminadas a disuadir a los jóvenes de masturbarse, cuando bastaba con convencerles de que cada eyaculación constituía un genocidio por los millones de vidas que se arrojaban a las letrinas de los orfanatos. Si llevamos el caso al extremo, llegaremos a la conclusión de que un cura capaz de violar a un niño, estará cometiendo un acto execrable, pero no por mancillar la inocencia de un menor, sino por la cantidad de vidas que habrá exterminado en caso de que con la ofuscación que conlleva la excitación, haya consumado. Menuda desfachatez. Y encima tienen la cara dura de ponerse la piel de cordero para pedir al contribuyente que marque su casillero cuando haga su declaración de la renta. ¿Saben por qué les parece peor el pecado del aborto que el de los abusos? Porque el primero no puede cometerlo un cura; sólo una puede mujer hacerlo. Por fuerza tiene que ser peor.

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