la chauna

José Torrente / Www.lachaunadecullar. Blogspot.com

Independencia

EN esta feria de la independencia que cada 11 de septiembre se interpreta en Barcelona y aledaños, no solo existe el amor fiel a la bandera y al territorio, sino a algo más crematístico y mundano: la pela que es la pela. Dicen los que son, pero no dicen los que faltan, que son más y allí no estuvieron. E insisten en su corolario de penas, y aleccionan sobre el expolio de España a su tierra. Nada advierten de lo que extrajeron de los brazos inmigrantes de los demás españoles, mano de obra imprescindible que los puso donde están hoy.

El nacionalismo es la queja continua, de día, de noche, por la tarde y por la madrugá; de ella se alimenta. No tienen apaño ni con el apaño, porque son hambrientos del quejido y porque es su estatus particular el que está en juego. La internacionalización perjudica los argumentos nacionalistas. Hoy, ni ser catalán, ni peruano, tampoco americano o quebecquiano, ni siquiera haber nacido en Sumatra es sinónimo de preponderancia ni tampoco de infravaloración posible en el ámbito de los negocios. La globalización ridiculiza el nacionalismo.

Nos proponen empequeñecernos a cambio de imponer sus símbolos, su lengua y sus costumbres. El nacionalismo solo cree en lo suyo, que lo proclama como lo ideal, único y auténtico. Y el mundo no está en eso. Una de las empresas punteras de Cataluña, Gas Natural, tiene 20 millones de clientes en el mundo, de los cuales solo 2 residen en Cataluña, y 9 en el resto de España. Hoy, 7 de cada 10 oficinas de negocio de La Caixa están fuera de Cataluña. En cotizaciones sociales, Cataluña ingresa 7.400 millones de euros anuales, pero el Estado gasta allí más de 11.400. Los datos son incontrovertibles, pero eso a ellos les da lo mismo.

¿Hasta dónde quiere llegar a empequeñecer el nacionalismo la prosperidad de Cataluña y del resto de España? Aun dentro de las dificultades de la crisis actual, no es difícil entender que una Cataluña española es más próspera y tiene más aspiraciones que una independiente. Y no es menos cierto que España recibe casi un 19% de su PIB desde Cataluña, pero no por el territorio, que no habla, ni come, ni trabaja, sino por las personas que lo habitan. Esas sí que curran, y se ofrecen, madrugan y anochecen en el tajo diario. Y conviene no olvidar que la ruina actual de Cataluña la trajeron políticas tripartitas de invención nacionalista.

Hoy, un catalán puede encontrar prosperidad tanto en México como en Martorell. Igual que un pakistaní de Islamabad o Rawalpindi, operando con todo el cono sur americano desde su despacho. Cataluña es mejor con la ayuda y el respaldo de una gran nación como es España, la más antigua de Europa. Pretender aislarse en su pequeño rincón geográfico del sur europeo para convertirse en un equivalente a Chipre, es algo que sería contraproducente para quienes viven y disfrutan de Cataluña. Y la independencia sería su losa definitiva.

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