Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

¡Inocentes, inocentes!

Los electores que confiaron en las promesas de los políticos pueden sentirse víctimas de crueles inocentadas

Hoy es día propicio para contemplar programas televisivos con famosos sometidos a simpáticas inocentadas, admitidas por colaborar con un proyecto benéfico y porque, al fin y al cabo, la inocencia es una virtud que nos advierte positivamente de la cándida niñez no perdida del todo. Hace tiempo, los periódicos publicaban inocentadas diversas que nos hacían ir a algún lugar a comprobarlas. Pero como, hoy, los medios están llenos de inocentadas y mentiras sin cuento, habida cuenta de la proliferación de declaraciones de políticos de todas las tendencias, nada podría compararse con sus promesas y engaños a lectores, televidentes o radioyentes. Cuando la mentira se ha aceptado, incluso en sociedades democráticas, como un arma normal en la política y, salvo raras excepciones, nadie de los dedicados a esa profesión dice la verdad, es natural que la credulidad pública esté por los suelos. Gobernantes o aspirantes, con su indecorosa habitual tomadura de pelo, creen que los ciudadanos debemos conformarnos con el papel de tontos de capirote o el más tibio para nuestro ego de ser simples figurantes o 'extras' de una mala comedia donde no pintamos nada, después de haber depositado el voto -dando las gracias de poder hacerlo en un remedo de democracia- a quienes, por cierto, estamos seguros no van a cumplir lo prometido en su programa electoral.

Ahora mismo estamos esperando a que haya o no gobierno o nuevas elecciones, dependiendo de hasta dónde puede llegar la genuflexión de Sánchez a sus insaciables socios populistas, extremistas o independentistas para implorarle el voto, no sólo de investidura, sino aceptando lo que quieran cuando sea presidente oficialmente. De todas formas, los electores que en las pasadas elecciones confiaron en las promesas de los políticos pueden sentirse víctimas de crueles inocentadas. Por un lado, de los que apostaron por apoyar la estabilidad de gobierno y de otro, quizá el más grotesco, cuando el compulsivo embustero Pedro Sánchez confesó en campaña electoral su insomnio si tuviese ministros de Podemos en el Gobierno -como el 99% del resto de los españolitos- ni podría aceptar chantajes independentistas, mientras ha acabado abrazando amorosamente a Iglesias y entregándose, hasta causar vergüenza nacional, a soberanistas -en unas conversaciones llevadas a cabo en grosero hermetismo- que, como el portavoz de ERC, compara el discurso del Rey sobre el respeto a la Constitución y la irrenunciable unidad de España, dentro de su diversidad, con un discurso de Vox, cosa que han agravado aún más otros posibles socios. Que los ciudadanos se paseen con el conocido muñequito en la espalda, incluyendo a los independistas engañados con paraísos- es animada estampa de estas fiesta

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