Inquietud y perturbación

Si absuelven, o condenan, al Rey Juan Carlos seguiré afirmando con orgullo que fue mi Rey. Es lo único que me queda

Curioso. Inquietud y perturbación deben ser dos caras de la misma moneda. Cuando se esperaba que el presidente de Gobierno, ante una cuestión de tanta transcendencia institucional y de imagen exterior para nuestra nación, cuando debía esperarse una moneda que por una cara defendiera la igualdad real y efectiva de cualquier ciudadano, incluido el Rey, y por la otra la incuestionable presunción de inocencia que debemos preservar, resulta que el señor Sánchez arroja a un deteriorado escenario político la moneda de su inquietud personal y perturbación. Increíble, pero así lo escenificaron la patulea de asesores de imagen del presidente.

Déjenme anticipar que la Academia de la Lengua define la perturbación como una suerte de deterioro mental, lo que no deja de ser paradójico con la que últimamente está cayendo. Pero en este caso suena más a la enésima cortina de humo con que tapar vergüenzas y desvergüenzas de parte de un equipo de Gobierno que, triste paradoja, últimamente también visita las cloacas más de lo que debiere, y que ya nadie, ni formalmente el juez, cree en su artificial estatus jurídico de perjudicado.

En este estado de cosas, y también de abandono institucional añadiría, no pasa inadvertido que inquietud y perturbación de nuestro Presidente hayan sido presentadas, casi sin venir a cuento, en rueda conjunta de prensa con el primer ministro italiano Giuseppe Conte, en la -repito- enésima cortina de humo. Como tampoco es baladí el que lo haya realizado aprovechando la mayor repercusión internacional del acto, sin discernir -buena prueba de la perturbación-, que con ello lo único que hacía es ahondar aún más en un desprestigio internacional de nuestras instituciones ya de por sí socavada gracias a tristes episodios de corrupción de clase y condición ideológica.

Quién sabe. Soy de los que defienden que la única justicia está en la universalidad de nuestro Estado de Derecho. Soy de los que jamás permitiría una quiebra, no por sí misma, sino por el efecto futuro en el conjunto de la ciudadanía. Dicho esto, pertenezco también a los que tratan de defender la innecesariedad de los daños colaterales de los procesos de investigación, la necesidad de preservar imágenes, de no perder valores que tanto sirvieron para construir nuestra democracia…

Entre aquellos, siempre tendré al Rey Juan Carlos. Fue mi Rey cuando hubo que coger pico y pala para aprobar la Constitución, cuando creímos las bondades de la democracia, cuando despertamos en Europa, cuando desterramos el 23-F. Fue mi Rey cuando creyó en un Estado que precisamente hoy permite investigarle, juzgarle y, llegado el caso, condenarle o procurar su absolución. Fue mi Rey cuando guarda silencio, cuando se defiende como cualquier español, cuando acepta con normalidad las reglas del juego.

Si lo absuelven, o lo condenan, seguiré afirmando con orgullo que fue mi Rey. Es lo único que me queda. Y lo prefiero a la inquietud y a la perturbación, o, como dice la Real Academia, a la alteración o trastorno de las facultades mentales. Esas son sólo para el presidente y su séquito. Es él quien lo dice.

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