ES sintomático que se haya producido tanto escándalo por que Felipe González haya llamado imbécil a Mariano Rajoy. Días antes Rajoy dijo ante trece millones de españoles que Zapatero ha agredido a las víctimas de ETA y casi a la misma hora en que Felipe desbarraba su colega Aznar -son colegas, qué le vamos a hacer- proclamaba que Zapatero estaba actualmente negociando con ETA. Puestos a comparar insultos, la imbecilidad se cura, pero la traición te acompaña siempre.

Son escándalos farisaicos. Cada facción cree que el ex presidente adversario está siguiendo las consignas de su respectivo candidato de agitar y tensionar la campaña. Pero no hay tal. Ni Zapatero ni Rajoy controlan lo que González y Aznar hacen y dicen. Por la propia personalidad de éstos y por su condición de ex presidentes que ya no están obligados a la moderación, sino a ayudar a las campañas de sus partidos... de la manera que les salga de sus adentros más o menos resentidos.

Pero vuelvo al principio: lo sintomático del escándalo. Constituye una perversión política y moral que se considere digno de reproche y condena un insulto que más retrata al insultador que al insultado y, en cambio, se vea con normalidad que los dos candidatos que aspiran a gobernar un país desarrollado y democrático sean capaces de proferir tantas mentiras como las que Rajoy y Zapatero se lanzaron a la cara durante el debate televisivo del lunes. Si les hubiera crecido la nariz, como a Pinocho, tendría que haberse suspendido el debate porque no les habría cabido el órgano olfativo en pantalla.

Como todas las grandes mentiras, las que dijeron los dos candidatos se basaban en verdades a medias. Lo mismo hablando del empleo que de las emisiones contaminantes, las becas o las plantillas de policías y guardias civiles, Zapatero y Rajoy, Rajoy y Zapatero, engañaron a los televidentes-electores escogiendo cada dato según la referencia temporal que más favorecía a sus tesis y contradecía las del otro, como demostró el periódico El País en un documentado análisis, que desmontaba la gran mentira en que ambos se sumergieron. Y digo "desmontaba" desde una melancolía anticipada porque, a pesar de todo, creo que mañana, en el segundo debate, volverán a darnos otra ración de embustes.

Me parece lamentable que nos indignemos por una injuria con destinatario individual o una descalificación barriobajera cuya víctima ya la tiene descontada por su propia vocación política y no pase nada cuando los gobernantes que quieren volver a serlo se dedican a engañar a aquellos que han de elegir entre uno y otro. Quizás algún día la verdad recupere el prestigio social que ha tenido en otros momentos históricos menos confusos.

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