DE los credos ideológicos del último siglo sólo dos, ecologismo y feminismo, han conquistado avances de validez indiscutible para todos los seres humanos y han logrado convertir sus reivindicaciones en valores comúnmente asumidos. La sociedad actual sería insostenible sin los principios de igualdad y respeto que ha universalizado el movimiento feminista o sin la conciencia ecologista. Sin embargo, en el caso del feminismo la institucionalización de su corpus ideológico y la aplicación de éste desde los 'lobbys' y el poder político evoluciona hacia absurdas formas de integrismo moral y lleva a una sociedad más retrógrada y reaccionaria. No me toca hoy hablar de ese feminismo postizo que se ha convertido en ascensor hacia el Poder merced a las cuotas y las listas cremallera.

Del nuevo integrismo da fe un episodio si se quiere anecdótico, el escándalo suscitado por el calendario benéfico en el que posan las azafatas de Ryanair en bikini. La denuncia de la Facua primero y después el Instituto de la Mujer pontificando que el dichoso almanaque es discriminatorio y considera a la mujer objeto sexual dejan en ridículo al feminismo canónico y hace un daño al movimiento que sus defensoras con poltrona son incapaces de ver, tal vez porque están celebrando como cosa simpática esos otros calendarios en que bomberos, policías y otros personajes de los 'Village People' muestran sus carnes al sol o comentando lo bueno que está el cura de octubre en el calendario vaticano. Por culpa de este feminismo de beaterio no estamos tan lejos de resucitar el delito de escándalo público y correr a cubrir con mantas a los y las bañistas impúdicos.

Más allá de la anécdota, dos guardias civiles de Cuenca pagarán una ridícula multa de dos mil euros por recibir favores sexuales de las prostitutas extranjeras explotadas en un club de alterne. Nadie va a defender a sus víctimas ni pedir una condena de verdad porque el 'lobby' feminista en el Gobierno sigue empeñado en negar la regulación de la prostitución; trescientas mil mujeres, la mayoría inmigrantes, y no se sabe cuantos hombres, carecen de defensa jurídica, de acceso al sistema público de salud, pensiones o ayudas familiares y están indefensas frente a la explotación laboral o el abuso de autoridad porque el dogma declara que vender el propio cuerpo es denigrante. El feminismo oficial niega que pueda existir voluntariedad en la prostitución, pero todos sabemos que cada uno vende lo que tiene. Lo reaccionario de esta postura es que rescata la visión del sexo como algo inmundo -el sexo sólo es sucio si no te lavas-. El abolicionismo prefiere mirar hacia otro lado antes que buscar soluciones, desde luego complicadas, para una realidad que se prefiere subterránea. Es santurrón y moralista, es un síntoma más del camino emprendido, del feminismo al integrismo.

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