La ciudad y los días

Carlos Colón

Jackson o el carácter

DICE el saber popular que los tres bienes mayores de la vida son, por este orden, la salud, el trabajo (o el dinero en la versión vaga) y el amor. Se trata de una verdad a medias. Porque si mal se vive sin salud, sin trabajo o dinero y sin amor, peor aún se hace si falla lo más importante: el carácter, ese conjunto de cualidades propias de una persona que marca su disposición ante los demás, las cosas o los acontecimientos.

Todos conocemos casos de personas que rebosan salud, a las que no les faltan el trabajo o el dinero y que han tenido oportunidades para amar o ser amadas y a las que su mal carácter hace infelices y autodestructivas. Su forma de ser acaba por arruinarles la salud, hacerles despilfarrar sus talentos o sus dineros y recluirlos en una soledad amargada. Por el contrario también todos conocemos a quienes, gracias a su carácter, viven con esperanza y paciencia las limitaciones de la enfermedad, las carencias económicas, los baches del trabajo o las soledades no queridas.

El buen carácter es lo que permite disfrutar de la salud y conservarla, hacer que los talentos den sus frutos, gozar con mesura e inteligencia de los bienes y crecer en el amor. Y es, también, lo que permite resistir con entereza la enfermedad, las penurias o los vaivenes del amor. Lo pensaba al leer las reseñas necrológicas de Michael Jackson, símbolo extremo del despilfarro de la salud (hasta convertirse a él mismo en un monstruo afectado de dolencias autoprovocadas), del talento (que tenía en dosis mayúsculas) y del amor (sucumbiendo a patologías que le amargaron la vida y destrozaron las de otros).

Niño sin infancia explotado por su padre y las discográficas, sí. Pero también alguien con unas dotes portentosas y la suerte de encontrarse con un genio: el compositor, productor y arreglista Quincy Jones (que los aficionados al jazz y a la música de cine conocen bien), que proyectó sus cualidades al infinito artístico desde su encuentro en 1979 (Off the Wall) hasta las bombas de Thriller (1982) y Bad (1987). Gracias a Jones el talento de Jackson cambió la historia de la música popular. Pero gestionó tan mal su vida y su éxito que casi inmediatamente empezó su declive artístico y humano, mientras Prince lo destronaba como el más grande artista popular negro. Jackson fue víctima más de él mismo que de sus circunstancias. Más difícil lo tuvo Quincy Jones, hijo de un carpintero y nieto de una esclava, que se hizo a sí mismo como músico hasta que le enseñó a leer las notas su amigo Ray Charles, a quien ser pobre, negro y ciego tampoco le puso fáciles las cosas. Pero tenían otro carácter.

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