Me parece provocadora e interesante la reflexión que estos días ha hecho Josep Borrell (que ostenta el puesto de Alto Representante de la UE para Política Exterior), al interpelar a los jóvenes para concienciarse de los costes que hay que asumir en los años futuros si queremos actuar con eficacia frente a los efectos del cambio climático.

Y tiene mucho interés porque aunque es cierto que la movilización social reclamando medidas para fomentar una economía verde cuenta con un gran seguimiento entre los jóvenes, es necesario afrontar el reto de educar, informar y concienciar sobre los esfuerzos económicos que deberán realizarse para hacer posibles los objetivos establecidos en las diversas cumbres climáticas.

Esto es así por dos motivos fundamentales: uno, porque los jóvenes están inmersos en el sistema educativo en sus diferentes procesos de formación y ello implica que los contenidos curriculares deben reforzarse incorporando los contenidos necesarios. Otro, porque el coste de las inversiones y de las compensaciones necesarias para hacer viables las medidas recaerá sobre la sociedad del futuro de la que los jóvenes de hoy serán los principales protagonistas.

Algunos de estos costes se referirán a la necesidad de compensar a trabajadores y empresas que tendrán que dejar de realizar actividades industriales contaminantes evitando que ello implique paro y pobreza a los sectores sociales y países más afectados. Esto implica asumir políticas de solidaridad que sólo serán viables y sostenibles si se asientan en valores.

Por eso Borrell interpela a los jóvenes para reforzar su conocimiento y concienciación porque, más allá de manifestarse para exigir políticas medioambientales, hay que asumir y repartir los costes que conllevan estas medidas y les provoca a la reflexión y al debate preguntando si estarán dispuestos a contribuir con sus impuestos y a rebajar su nivel de vida para (por ejemplo) subsidiar a los mineros polacos que deban abandonar su actividad contaminante.

Está claro que la lucha frente al cambio climático va a ocupar más protagonismo en las políticas públicas y en las decisiones de numerosas empresas; yo estoy convencido que es una obligación y una oportunidad para el desarrollo sostenible. Pero también, una oportunidad para el fomento de los valores de solidaridad que tiene en los jóvenes su principal objetivo. Por eso creo que hay que dar las gracias a Borrell por poner (de nuevo), el dedo en la llaga.

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