Juan Carlos

No hay en la historia de la humanidad un solo sistema de gobierno cuyos líderes hayan pasado de forma inmaculada

Los ejemplos que Podemos e Izquierda Unida producen a diario en una frágil democracia como la nuestra, atentan a la más elemental cordura, propinando certeros puntapiés a conquistas históricas de derechos, libertades, garantías y protección jurídica de cualquier ciudadano. Gráficamente, recuerdan sistemas de ajusticiamiento popular de la Edad Media. Vamos, que a poco se visten de Torquemada y procuran justicia a su libre albedrío y antojo. Propuestas que eluden nociones jurídicas elementales en avanzados sistemas constitucionales, donde las garantías del justiciable, la presunción de inocencia y, por supuesto, el principio de legalidad, otorgan carta de naturaleza a nuestros estados de derecho.

Y digo esto, cuando el último avatar se produce precisamente aquí, en Andalucía. Concretamente en Málaga, donde, sin esperar a justicia alguna, prefieren el discurso público y electoralista que enfervoriza masas populares y, en fuego de artificio, solicitan la retirada de los reconocimientos que el Rey Juan Carlos recibió de la ciudad: la medalla de Oro y su nombramiento como hijo adoptivo. Todo basado en que estos honores quedan en entredicho "por escándalo, y presuntos actos delictivos" (lo de presunto en la solicitud es como una mano de barniz, no vaya a ser que alguien diga de la izquierda que no respeta derechos y libertades).

Viene a colación el comentario tras conversación de altura, académica, profesional y personal, con mi docto amigo Luis. Afirma que conviene mirar los hechos y los acontecimientos históricos con cierta perspectiva. Lleva razón. No hay en la historia de la humanidad un solo sistema de gobierno o de orden social (monarquías absolutistas o parlamentarias, presidencialismos, dictaduras...) cuyos líderes hayan pasado de forma inmaculada. Menos aún si analizamos un sistema político o de gobierno con más de quinientos años de vida.

En todos los órdenes, las luces y las sombras corresponden y pertenecen a la propia esencia de nuestra condición humana. Y de esta prueba del algodón, ni tan siquiera los santos canonizados por la Iglesia se libran. El Rey Juan Carlos I ha dejado una herencia extraordinaria a su hijo, el Rey Felipe IV. Le ha dejado una democracia madura, un estado de bienestar que hasta ahora (el futuro se antoja cuando menos incierto) ha colocado a nuestra nación entre los destinos más elegidos en el mundo para vivir. Santiago Carrillo dejó escrito en sus memorias que "si el 23-F en lugar de estar en la Zarzuela un Rey, está un presidente de la República, el golpe hubiese triunfado. O lo paraba el Rey, o no lo paraba nadie". Para otros, la monarquía parlamentaria y la Constitución de 1978 son los pilares esenciales de una España moderna, con un sistema político, económico y social avanzado fraguado en la libertad, en la justicia y en la solidaridad". En ese triunfo, está el inequívoco sello de nuestro Rey en décadas de nunca fácil reinado.

Las sombras... ni Luis ni un servidor tiraremos la primera piedra. Y mucho más cuando, a la vista está, acechan enemigos de nuestra democracia, nuestra Constitución y nuestro consenso social. ¿Corregir errores? Por supuesto. Todos. Sin exclusión. El Rey Juan Carlos también. Nadie lo pone en duda. Pero desde el respeto a quien aportó grandes valores sociales y desde la más estricta legalidad. Al fin y al cabo, amigo Luis, como tú dices, sólo se trata de ponderar, elevarse, y tener una mirada con cierta perspectiva.

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