Esta boca es tuya

Antonio Cambril

cambrilantonio@gmail.com

Juanarriveando

Son demasiadas las personas que se han dejado llevar por la desinformación, que condenan a Juana Rivas, o al que es su marido

Hace días intenté quedar con Ramón Ramos y se negó con una respuesta tan suya como periodística: "Ahora no puedo, estoy juanarriveando". Y juanarriveando estaba, informándose, para informar después a otros, de los pormenores de la señora de Maracena que huyó de Italia con dos niños que ahora ha devuelto obligada a su padre. De hecho, Granada lleva un mes juanarriveando; pero, a diferencia de Ramón, son demasiadas las personas que se han dejado llevar por la desinformación y el prejuicio, que condenan a Juana Rivas, o al que todavía es su marido, en función de ideas o creencias predeterminadas. Estas personas, cuya capacidad de análisis difiere poco de la del hincha de un equipo de fútbol cuando se tratan cuestiones de apasionada sentimentalidad ideológica, como sucede con la violencia de género, niegan la condición poliédrica de la realidad y tienden a sentenciar en función de la condición sexual de los protagonistas. Así, hay quien se inclina a pensar que toda denuncia es cierta por el hecho de que la interponga una mujer y, por el contrario, quien siempre concederá más veracidad a las palabras y justificación a los hechos de un hombre.

Juana Rivas violó la ley al huir con sus hijos y retenerlos en contra de una resolución judicial. ¡Ok! La condena por lesiones y la segunda denuncia aún no resuelta plantean que su marido la vejó, la maltrató psicológicamente y la cogió del cuello, pero no que la apaleara. ¡Vale! Entiendo, por tanto, que se debe permitir el trato de los hijos con su padre y que, sin niños por medio, este podría ser uno de los muchos fracasos matrimoniales que resolvería un divorcio. ¿Quién es el máximo culpable entonces? La administración judicial, esa lenta y fría maquinaria absolutamente falta de empatía, negada para ponerse en el lugar de la otra o del otro, para entender su desesperación y su miedo (incluido el de perder a sus hijos). El mismo engranaje incapaz de traducir y enviar a Italia una denuncia en todo un año y que llama a declarar ahora a los familiares y asesores de Juana, con lo cual parece propiciar más la ofuscación y la venganza, la prórroga del sufrimiento, que los medios que permitan aliviar el conflicto. Resta el perogrullo postrero: mientras jueces y fiscales se aclaran, los niños deberían haber quedado con Juana. Y lo otro. El chiquillo que ve agarrada a su madre por el cuello sufre, y mucho. Maltratarla a ella es maltratarlo a él. Y ofrecerle un ejemplo nefasto que puede imitar en el futuro.

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