Juego, set y partido: gracias Manolo

En aquellas tardes de calor tuve en mi hermana una gran alidada para entender el tenis

Reconozco que no he cogido una raqueta de tenis en mi vida, bueno siendo sinceros, alguna vez en un chalet de un amiguete en cuya urbanización había una vieja pista de cemento, y comprobé que pasar la pelota al otro lado no era precisamente fácil. A lo máximo que yo aspiraba era a ganar al tenis de mesa en los billares, los viernes por la tarde, después de las últimas clases de la semana, o los sábados por la mañana, tras el partido de futbol en el patio del colegio. Aquella versión reducida del tenis, la llamábamos ping-pong pues lo de tenis de mesa es un añadido postmoderno, era lo máximo que podíamos saber de China por aquellos años, y no se me daba demasiado mal. Y luego íbamos de cervezas, de cañas. No recuerdo que me pidieran el carnet ni en el Reka, ni en Poetas, ni en las Natalio, ni en ningún otro bar donde desfogábamos las energías sobrantes de la adolescencia.

Luego, muchas tardes la televisión única retransmitía un deporte que no terminaba de entender. Para mí, cuyo único deporte que existía era el futbol, aparte de dar vueltas en las clases de gimnasia que nos hacía dar el policía o guardia civil de turno, no era fácil entender que la pelota pareciera un melón y que además siempre tenías que mandarlo hacía atrás y el campo estaba siempre embarrado y llovía, siempre llovía. Era el Cinco Naciones. Yo siempre iba con Irlanda, por ir con alguien, claro. No sabía yo que hacían por allí los franceses y los otros equipos eran todos hijos de la Gran Bretaña, qué horror.

Cuando llegaba el calor, ya no había rugby, pero aparecía por la televisión otro deporte con reglas también incomprensibles para mí. Era aquello de pasar la pelota al otro lado de la red, como en aquella pista de cemento. Los puntos se contaban de forma extraña, 15, 30, 40… y para ganar había que llegar a 6 y no sé cuántas cosas más. Con lo fácil que era lo del futbol. Pero en aquellas tardes de calor, pegado en el sofá, en el tenis siempre hacia calor, tuve una gran aliada para poder entender aquel juego en que el nombre de Manolo Santana brillaba especialmente. Mi hermana, con mucha paciencia, me explicaba por qué seguía el juego, o por qué aquella pelota no era buena o por qué había que seguir jugando tras empatar a 40. Y aunque nunca cogí una raqueta siempre lo recordamos y ahora ambos disfrutamos con todos nuestros tenistas. Sin el gran Santana no hubiera sido posible. Gracias Don Manuel. Vale.

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