La colmena

Magdalena Trillo

Juegos de violencia; juegos de frivolidad

LOS niños de Gaza juegan a la guerra. Lo hacen entre escombros, cuando sus risas atenúan la música de fondo de las bombas y las metralletas y sus familias aprovechan las efímeras ventanas del 'alto el fuego' para recomponer sus hogares y enterrar a los muertos. Me gustaría estar allí para contarlo; en las crónicas de los corresponsales y en las imágenes que ocupan estos días las redes sociales y los espacios informativos de la televisión sólo hay números. El de las víctimas. Sin rostros y sin historia.

Los niños de Occidente también juegan a la guerra. Pero enchufados a la tableta, el móvil o la videoconsola. La aplicación Bomb Gaza podía descargarse hasta hace unos días en Google Play. El objetivo era bombardear a los palestinos desde un avión militar y eliminar al mayor número posible de terroristas, aunque entre ellos se produjera alguna 'baja' de madres con niños en brazos, médicos y periodistas. "Lanza bombas y evita matar civiles. Prestaciones mejoradas. Añadidos nuevos temas musicales de Israel". Con esta frivolidad describía la compañía Play FTW su nueva propuesta de ocio digital. Lo lanzaba a finales de julio, justo una semana después de poner en el mercado Gaza Assault animando a atacar con un dron. Al otro lado del muro, hacía tiempo que una compañía árabe había contraatacado con Rocket pride, otro juego que proponía apoyar "a los asediados héroes de la franja de Gaza ante los ocupantes opresores" con cohetes y con orgullo.

Ninguna de las tres aplicaciones está ya disponible, pero hay otras y las habrá. Mientras, seguiremos contando muertos, de verdad y de mentira, y aprendemos a convivir con la violencia. En unos casos nos refugiamos en un argumentario de vaguedades y palabras vacías para poder dormir y no hacer nada (de poco sirve que proclamemos con solemnidad el drama del pueblo palestino si seguimos vendiendo armas a Israel); en otros, nos sumamos disciplinadamente a la ola de indignación del momento, retuiteamos el hashtag de moda y adormecemos nuestras conciencias (poca victoria es obligar a Google a bloquear una aplicación si no nos preguntamos cómo y por qué hemos convertido la guerra en un juego).

A un físico catalán le leí hace tiempo una reflexión sobre la violencia que me sigue inquietando. Sostenía Jorge Wagensberg que hay dos tipos de violencia: la natural, la heredada, la que nos ayuda desde el origen de los tiempos a defender nuestro territorio, a reproducirnos y a sobrevivir; y la cultural, la aprendida, la que se sustenta en el placer del dolor ajeno. Lo más interesante en este caso es cómo aprendemos: si la violencia lleva a más violencia. Y la respuesta es contradictoria: la exposición de imágenes violentas no nos hace más violentos si llevan a una reflexión, si funcionan como una alarma que nos hace actuar; el problema es cuando nos enfrentamos a una violencia banal y de consumo, la del circo romano, el cine de pólvora o los videojuegos. Entonces, como advierte el articulista, la violencia genera más violencia "por simple síndrome de abstinencia".

Un buen ejemplo de este dilema es la polémica que se ha desatado en los medios internacionales con la campaña fotográfica de un profesional de la India en la que se simula una violación. Su trabajo se titula El paso de la muerte y está inspirado en la terrible agresión que sufrió una estudiante universitaria de Nueva Delhi en 2012 cuando viajaba en un autobús. Entonces su muerte desencadenó una ola de protestas por todo el país y ahora se ha reavivado la indignación con un nuevo ingrediente, los límites de la creación y el concepto mismo del arte. Su autor, Raj Shetye, dice que es "lamentable" que tenga que justificar su "expresión artística" en torno a un tema social y asegura estar dispuesto a "quedar como el malo" si con ello se consigue que haya un verdadero debate sobre el consentimiento e impunidad con que se producen las violaciones en la India. En el lado opuesto están quienes sólo ven imágenes provocativas de modelos y una extrema frivolidad. Porque no todo es arte, denunciaba una estilista de Bollywood, y porque también "hay basura con el nombre de arte".

En el trasfondo podríamos hallar la tesis sobre el aprendizaje de la violencia y la abstinencia: ¿Las imágenes convierten en atractiva la violación para los jóvenes de la India o son un revulsivo para tomar conciencia contra la 'normalización' de la violencia? No tengo una respuesta clara pero creo que sólo detenernos a pensarlo es positivo. Debería serlo si todavía somos lo suficientemente inocentes como para creer que podemos ser mejores; como sociedad y como personas.

No opino igual de esos muchos debates que construimos de forma artificiosa como serpientes de verano. Debates que nos distraen y nos sumergen en clichés cuando los conducimos por el terreno de lo políticamente correcto y los partidismos baratos. Me refiero, por ejemplo, a la polémica sobre el cartel del torneo de fútbol femenino en el que aparece una mujer en bikini con un balón en los pechos. Se podría debatir mucho sobre la utilización sexista de la imagen de la mujer en la publicidad y estaría bien que denunciáramos la invisibilidad del deporte femenino en los medios. Pero lo que yo he escuchado en los últimos días se acerca más al despropósito que a la razón. Una supuesta feminista diciendo que el cartel nos "discrimina" (¿nos discrimina o nos utiliza?), el alcalde defendiéndolo porque hay uno de moteros "mucho peor" (¿el error es menor si es compartido?), porque hace seis años que se utiliza la misma imagen sin que nadie haya dicho nada (¿la reincidencia nos exime?) o porque hay desahucios y hay crisis y hay familias que lo pasan mal... (¿hablábamos del cartel o de la economía y el Gobierno? ¿estábamos apoyando el deporte local o pensando en las elecciones?).

El alcalde ha terminado retirando el cartel -"indignante" y "machista" para unos, cortina de humo para otros y, en todo caso, claramente desafortunado- por las mismas razones que Google bloqueó el juego de Gaza: las apariencias. Por la presión puntual de los ciudadanos, los medios y las redes sociales. Es decir, por ninguna razón. Pasará la polvareda mediática y volveremos al punto de partida porque nada ha cambiado y porque nada hemos aprendido en realidad.

Los niños de Gaza seguirán jugando a la guerra manchados de sangre y aquí seguiremos jugando a su juego desde el sofá. En la India, en todas las Indias del mundo, morirán chicas violadas y será el reflejo de una sociedad tan enferma e impotente como la que en España no puede dejar de contar víctimas de la violencia de género. Además de lamentar, posar y debatir, me pregunto si estamos haciendo algo, de verdad, para evitar esta violencia; para evitar tanta violencia. Algo más que concentrarnos en la puerta del Ayuntamiento, guardar un minuto de silencio y decir que "hay que acabar con esta lacra social". Algo más que quedar bien en los foros internacionales proclamando que "hay que poner fin a la masacre en Gaza". Así ni nos curamos de la abstinencia de violencia ni nos vacunamos contra la frivolidad.

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