Paso de cebra

José Carlos Rosales

Kilos de menos

CASI todas las ceremonias y ritos que conozco se desarrollan con la compañía inevitable de comidas diversas y abundantes bebidas. Supongo que son costumbres ancestrales, restos atávicos de aquellos tiempos en los que la comida era una excepción, una sorpresa, el regalo con que los dioses premiaban la bondad intermitente de los hombres. Se comía poco porque había muy poca comida que comer: cazar era arriesgado o difícil y esperar la cosecha podía convertirse en una larga espera coronada muchas veces por la tormenta o la sequía. La comida era escasa y la ocasión de comer acabó convirtiéndose en una fiesta. Así que unas navidades sin cava o sin uvas, sin pavo o sin turrón, jamás las aceptaríamos como fiestas de ninguna clase. No es una verdadera fiesta aquella en la que no abunda la comida. Más aún: en una fiesta, el que no bebe o come es un verdadero aguafiestas.

Cuando uno está triste, o decide ponerse a meditar, se aleja de la comida, no piensa en la ensalada de granadas con bacalao. El trabajo intelectual es austero, limita con la delgadez. Pero la vida plena limita con la fiesta, con la comida, con el vino. Tal vez así pueda explicarse que cada uno de nosotros, entre el 22 de diciembre del año pasado y las doce de la noche de hoy domingo (día de Reyes), haya engordado un promedio de tres kilos. Será una manera fiable de saber qué grado de felicidad hemos alcanzado los españoles. El que sólo haya engordado un cuarto de kilo habrá sido escasamente feliz.

En algunas culturas (atrasadas) la persona gorda todavía está considerada como una persona dichosa, tranquila y sabia, probablemente adinerada o rica. Ahora ya no, al menos entre nosotros. Y no sólo por razones sanitarias. Ahora lo saludable es estar delgado: si estás gordo te mirarán como si fueras un irresponsable, un egoísta, alguien insolidario. Nunca antes hubo tanta comida por estas tierras y nunca antes se había demonizado tanto la gordura. Uno lleva a lo otro. Sin embargo, algunos de nosotros nos miraremos con remordimiento al comprobar que no hemos engordado los tres kilos que nos correspondían según las últimas estadísticas. Alguien los habrá engordado por nosotros y por nuestra causa será tratado con recelo y desdén. Alguien cargará con nuestros kilos y culpas. Y nosotros, tan ufanos, seguiremos caminando orgullosos de nuestra delgadez, satisfechos de no haber sucumbido a tantas tentaciones, ensimismados y meditabundos, absolutamente convencidos de estar en posesión de la verdad, mirando por encima del hombro a los que cargan nuestros kilos, los kilos que nos correspondían, los que una tarde dejamos abandonados en una bandeja de alfajores y yemas de huevo.

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