Balsas de piedra

ANTONIO DAPONTE

Larga vida y prosperidad

Japón y Suecia se han dotado de sistemas sociales eficaces que garantizan una buena calidad de vida a su ciudadanía

En España vivimos aproximadamente ochenta y un años los hombres y ochenta y seis las mujeres. Somos un país longevo. En Japón, hombres y mujeres viven respectivamente ochenta y uno y ochenta y siete; en Suecia, ochenta y ochenta y cuatro, y los norteamericanos, setenta y seis y ochenta y uno. Con frecuencia, aparecen noticias promoviendo que tal o cual alimento o costumbre son claves para la longevidad: el aceite de oliva, el vino, la cerveza, la batata o el orégano, por ejemplo. Aparte de los intereses comerciales y económicos que promueven este tipo de noticias, lo cierto es que la ciencia señala a las condiciones de vida que tienen las personas.

Para vivir muchos años hace falta, además de suerte en el reparto genético que hicieron nuestros progenitores en su día, sobre todo, vivir en buenas condiciones. Esto es lo que determina las diferencias entre los países, diferencias en la calidad de vida. Estados Unidos -que, por poderío económico e industrial, debería liderar la esperanza de vida en el mundo- está lastrado por la inmensa desigualdad estructural que mantiene, especialmente étnica y racial. Suecia, un país con un clima de extremada dureza, o Japón, un país con grandes fenómenos naturales adversos, tienen una esperanza de vida muy superior a la norteamericana.

Tanto Suecia como Japón han sido capaces de desarrollar una magnífica calidad de vida a pesar de estar en lugares muy adversos del planeta. Ambos llevan años creciendo con políticas con alta relevancia de equidad y creando una extensa cultura de igualdad; han conseguido dotarse de sistemas sociales eficaces que garantizan una buena calidad de vida a su ciudadanía. Por el contrario, los norteamericanos llevan décadas creciendo sobre la base del individualismo, el eje del paradigma neoliberal. En consecuencia, tienen más personas ricas que nadie, siendo además mucho más ricos que los ricos de otros lugares. Hasta el extremo de que, desde hace décadas, ser rico es prácticamente una condición para ser representante político, sea en la Presidencia, en el Senado o en el Congreso.

Para vivir muchos años, como quiere la mayoría, el barrio, el pueblo y nuestro país tienen que ofrecer a todos y todas las mejores condiciones de vida que la ciencia y la cultura han desarrollado en el mundo. Y esto es la prosperidad y debería ser la política.

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