Bloguero de arrabal

Pablo Alcázar

coleraquiles@gmail.com

Leer fuera del tiesto

Sólo lo negado o lo prohibido nos atrae. Prohibamos la lectura de los clásicos y permitamos el referéndum

Un amigo me ha pedido que cuelgue en el Facebook las portadas de siete libros que, "ayer o hace 50 años", me hicieran tilín o tolón. La primera portada que he publicado es la de una novelita del FBI que conservo de cuando vivía de niño en la Bomba, titulada Acepto tu reto. Y tirando de esa portada han salido preciosos frutos del cesto de los recuerdos de la red: ¿qué leíamos los niños en años de escasez, vigilados y dirigidos por el canon literario y la escuela? ¿Quiénes escribían esas novelas de aventuras? ¿Por qué sus autores utilizaban pseudónimos? Algunos eran escritores "rojos" de renombre, obligados al anonimato. Leíamos todo lo que caía en nuestras manos, hasta a los clásicos. La novelita está muy manoseada y marcada para no repetir su alquiler. Las cambiábamos en puestecillos de la Bomba, del barrio de San Matías o de la Cuesta de San Gregorio. Ayer por la mañana publiqué la segunda portada: la del Catecismo de la Doctrina Cristiana de Ripalda, un opusculito al que tengo que agradecer mi radical despego de catecismos y libros de autoayuda y desarrollo personal. Aunque confieso que alguno de ellos -concretamente, el Manifiesto programa del PCE- incluso terminé explicándoselo a los camaradas de la Campiña montillana, cuando -cosa rara en España- muchos partidos se pusieron de acuerdo para hacer una transición sin muertos ni venganzas. Pero lo hice sin vocación y sin entusiasmo, asépticamente, pero con las técnicas pedagógicas más avanzadas. Quizá me ayudó a no ponerme estupendo y a respetar al adversario político (¡no había otra!), una novelita deliciosa que leí en el internado, debajo de las mantas de la cama, alumbrado por una linterna. Era la historia de un alcalde comunista y de un cura que hacían lo posible por llevarse las almas y los votos a sus cielos particulares, pero en una entente cordiale. Hoy, debilitado el canon literario y desaparecida la censura eclesiástica, los lectores no se han inclinado por Góngora ni por Quevedo, sino por best sellers llenos de sexo, jacuzzis y velas. Se lee fuera del tiesto, pero se lee bastante más que hace 50 años. Urge volver a la escasez. Prohibir los clásicos; y los chicos los leerán cautelosamente bajo la colcha. Ya estamos viendo en Cataluña cómo prohibir el referéndum está contribuyendo a la multiplicación de los independentistas.

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